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Cafarnaúm

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  • Gustavo Guerrero

Ubicado estratégicamente en la frontera entre el cine de buenas intenciones y el cine de exploración de la pobreza, el drama libanés “Cafarnaúm” se constituye como un discurso humanista. Es central para el filme ser visto así. Solo una creencia en un objetivo elevado, que a final de cuentas haría bien al espíritu y a las conciencias, justifica su narrativa monocórdica, que coloca al espectador como testigo íntimo de un juicio de valores.

En la trama, acompañamos los motivos que hicieron al niño Zain (Al Rafeea), condenado por apuñalar a una persona, a procesar a sus padres por engendrarlo. Los eventos que endurecieron a Zain ante la vida crecen en la pantalla a un ritmo angustiante, hasta el desenlace moralizante sobre el control de natalidad.

Hay un coqueteo peligroso con la higiene en ese mensaje y también en la forma en que la película expone a sus personajes a las mayores pruebas por los edificios y calles de Beirut, donde refugiados sirios y africanos intentan sobrevivir bajo el Estado libanés. La directora Nadine Labaki se refugia en el realismo, filmando en caliente con cámara en mano en locaciones y con elenco amateur, para lastrar “Cafarnaúm” a una cierta verdad documental.

El triunfo de la directora es que el protagonista Al Rafeea es un niño sirio de 12 años que ya vivía como refugiado desde que tenía tres. La mirada penetrante de Zain contiene aquello que Labaki ambicionaba transmitir con su película: una urgencia de vivir y la furia y melancolía de no poder hacerlo con dignidad.

Lo mejor de la película está contenido en esos registros de rostros y reacciones. Es un cine de fisonomías, de una universalidad en la mezcla de biotipos, todos unidos e igualados por un sistema impersonal que terraplena las individualidades. Lo que hay de encantador y mínimamente optimista en el filme es la forma en que el niño Zain se torna creativo para conseguir dinero.

En “Cafarnaúm”, la apología de la pillería (que además parece ser un elemento esencial en este tipo de filme humanista sobre la precariedad y parias sociales como en “Ciudad de Dios” y “Quisiera ser millonario”) devuelve a Zain la individualidad suficiente para que llegue con un aliento de vida al final del filme.

El impacto del registro realista sólo mantiene su fuerza hasta cierto punto y para permanecer vivo ante los ojos del espectador parece depender más de una conciencia culposa o paternalista afuera de la pantalla que de sus propios méritos.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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