Política

‘It’s the polarization, stupid?’

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Qué alivio el triunfo de Biden. Una hazaña de la democracia (que no se pase por alto que fue por la democracia) que requirió de más de 76 millones de votos. Qué preocupación que Trump obtuviera el respaldo de 71 millones de personas, para las cuales la degradación civilizatoria que representa su presidente (racismo, xenofobia, misoginia, desprecio por la ley, la ciencia, la verdad, etc.), ni el pésimo manejo de la pandemia o la crisis económica les importó muy poco o nada a la hora de votar.

Lo anterior obliga a un debate sobre las razones del comportamiento electoral en estos tiempos raros de populismo, polarización y deconstrucción de las instituciones democráticas. Son muchas las preguntas a responder. Durante décadas, el análisis y las estrategias electorales han utilizado un “modelo” que podría resumirse en la frase —puesta de moda por la campaña de Bill Clinton en 1992— “It’s the economy, stupid”, para señalar el enorme peso que suele tener en el voto de los ciudadanos su percepción y experiencia de la economía. Otro supuesto muy utilizado es que algunas elecciones son referendos sobre la buena o mala gestión de los gobernantes en turno. Haces mal gobierno, te retiran el apoyo.

Con base en esos supuestos, aunque Trump fue derrotado, debiera haber obtenido mucho menos votos. Era lógico esperar un gran castigo por los 10 millones de contagios y más de 240 mil muertes por el covid-19 y además un desempleo mayúsculo. En otras palabras, una gestión pésima de la crisis de salud y una profunda crisis económica y Trump casi 10 millones de votos más que en 2016. Algo no cuadra con los factores explicativos tradicionales de las intenciones de voto y la racionalidad detrás de ellos.

En esta primera búsqueda de nuevas variables explicativas se podría apuntar el fenómeno de la polarización social, especialmente en países gobernados por líderes populistas que tienen como estrategia fundamental de gobernanza dividir a la sociedad en dos bloques: quienes siguen al líder son los buenos y el resto son el mal encarnado: los dueños y beneficiarios del “pantano de Washington” en EU, o la mafia corrupta del neoliberalismo en México. Ese esquema funciona sobre la base de una adhesión casi ciega a esa visión maniquea de la sociedad y al líder que la encarna, la recrea y la propaga.

Al respecto, Moisés Naím escribió el lunes pasado en El Universal que “Las divisiones son tan profundas que muchos de sus ciudadanos hasta definen su identidad política en contraste con la que marca a ‘la otra parte’. No toleran a quienes tienen visiones diferentes sobre el país, sus problemas, causas y soluciones. Con frecuencia, ni siquiera aceptan al adversario como un actor político legítimo”.

La presencia de una polarización de esta profundidad pudiera ser la causa del voto ciego por el líder; no importa qué haga, cuántas mentiras diga; cuántas veces viole la ley; a cuántas gentes humille y pisotee; cuán irresponsable sea en las tareas de gobierno; haya o no crisis económica y sanitaria. Él encarna la lucha contra el pasado malvado, contra quienes lo produjeron y ahora deben ser desterrados. No existe peor mal que el regreso de los que fueron derrotados por la encarnación del pueblo. Allí quiere AMLO a México en junio del próximo año y en 2024. Pero se le puede derrotar con democracia.

gutierrez.canet@milenio.com
@AGutierrezCanet

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Guillermo Valdés Castellanos
  • Guillermo Valdés Castellanos
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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