Nadia Contreras estuvo en mi taller, en el taller-curso que ofrecí sobre Unamuno.
Allí me regaló su espléndido La niebla crece dentro del cuerpo, inserto en la colección Parota de sal (Puerta abierta editores, 2019).
El poemario de Nadia, que gira sobre el rodrigón de la ceguera como dolorosa limitación humana y que, además, luce en epígrafe hermoso de mi amigo Jorge Fernández Granados, me hizo recordar aquella voz que se fue destiñendo con el tiempo y que hoy, dos de enero de un año bendecido, llegó a mi mente como una revelación, como una epifanía.
Se trata de la voz euritmia.
Sí, sí, sí: “armonía y ritmo entre las partes de una obra de arte” (María Moliner).
Es la poesía de Nadia dueña de una diafanidad que agradezco.
Por ejemplo: “Cae la luz,/zona enrojecida/en el interior del ojo./En esa afectación –la vista periférica/ligeramente inclinada-/se forma el vacío”.
Hay intensidad y congruencia semántica admirables.
Por ejemplo: “Me veo caminar/por las alfombras,/ceñida por el atardecer,/ceñida por el fuego”.
Se trata, de verdad, de un libro bífido, animado por el talento de una poeta notabilísima.
A mí, me conmovió también el remate irisado por los prosemas de “Obsesión por la blancura”.
Ya sé: “Permitid la vegetación” es permitir y celebrar la vida con sus infinitas interpretaciones.
Quiebro una lanza por la poesía de Nadia Contreras, rompo una lanza por esta magnífica niebla que germina y emociona dentro del cuerpo. Enhorabuena. ¡Viva la euritmia!
