Política

Vasconcelos, la invención de la SEP

Escuchar audio
00:00 / 00:00
audio-waveform
volumen-full volumen-medium volumen-low volumen-mute
Escuchar audio
00:00 / 00:00

Algo pasó y Gamés cerraba la semana con una contractura en la espalda de ésas que te tumban y te hacen trapear con la autoestima la casa de la vida. No sin dificultades, Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco con un libro en mente. Gilga lo recordaba: José Vasconcelos, la creacion de la Secretaría de Educación Pública (INEHRM/SEP. 2011). Se trata de una antología de los textos que Vasconcelos dedicó a los ambientes políticos y alrededores culturales de la creación de la Secretaría que cumple cien años. La selección corrió a cargo de Carlos Betancourt Cid y el prólogo lo escribió Alonso Lujambio, entonces secretario de Educación. Los textos de nuestro memorialista mayor provienen de La tormenta y El desastre. Gil transcribe:

***

En cafés y modestas fondas pasamos largas horas discutiendo los métodos de Lenin o las novedades en educación de Lunacharsky. Una de ellas se la copié cuando me tocó dirigir la educación de México: la edición de clásicos, que ciertos escritores de renombre local me han criticado suponiendo que se trata de una medida aristocrática… Oyen palabra clásico y caen en la trampa… No, señores despistados; la idea fue de Gorki y la tomé de Lunacharsky… Gorki es plebeyo, plebeyo genial que se acordó de los suyos y dijo: “hay que abaratar los clásicos…hay que darlos a los pobres…No es justo que sean privilegios de ricos…”. Qué mejor tesoro por repartir (…) Humildemente confieso de dónde tomé el ejemplo de estas ediciones que constituyen, entre tantas cosas ilustres que produjo la Secretaría de mi época, lo que más me ufana y regodea.

***

Me obsesionaba la idea de la Universidad, como base para crear el ministerio, que acaso transformaría el alma de México.

No reflexioné ni me desveló el problema una sola hora de la noche. En todos estos casos decide por uno la fuerza irresistible que llamamos destino. Llegó De la Huerta. Con su habitual generosidad me abrió los brazos, me sentó en su mesa de Chapultepec, me trajo de acá para allá en visitas oficiales. A su lado estaba siempre Miguel Alessio, quien enseguida comenzó a actuar como secretario de la Presidencia. Y fue Miguel quien delante de mí recordó:

–Bueno; ¿por qué no le firmas un oficio a Vasco para que se encargue de la Universidad? Está de acuerdo Adolfo –añadió dirigiéndose a mí– en que debe restablecerse el Ministerio de Educación.

Con mi oficio en la bolsa me eché a la calle con direción de la Universidad.

***

Aparte de la reforma constitucional, urgía presentar al Congreso la Ley que serviría de norma al nuevo Ministerio. Para formularla era menester el visto bueno del Consejo Universitario. Nunca he tenido fe en la acción de asambleas y cuerpos colegiados, y más bien me impacienta tratar con ellos. Sirven, a lo sumo, para dar alguna sugestión; pero, en esencia, para ratificar, legalizar la obra de un cerebro que a la hora de crear necesita sentirse solo, saberse responsable en lo individual. Por respeto al trámite, convoqué al Consejo y lo puse a discutir. Algunos consejeros exhibieron proyectos sabios. Don Ezequiel Chávez escribió un libro impecable. Pero yo ya tenía mi ley en la imaginación. La tenía en la cabeza desde mi destierro de Los Ángeles antes de que soñara volver a ser Ministro de Educación, y mientras leía lo que en Rusia estaba haciendo Lunacharsky. A él debe mi plan más que a ningún otro extraño. Pero creo que lo mío resultó más simple y más orgánico; simple en la estructura, vasto y complicadísimo en la realización, que no dejó tema sin abarcar. Lo redacté en unas cuantas horas y lo corregí varias veces; pero el esquema completo se me apareció en un solo instante, como en relámpago que descubre ya hecha toda una arquitectura.

***

Como todos los viernes de pandemia, Gil se reunió con dos o tres amigos verdaderos a tomar la copa. Una modesta catarata de Glenfiddich 15 fluyó hacia el vaso corto con dos rocas heladas. Gamés repitió entonces la frase de Vasconcelos: “Puede ser una mala regla, pero es peor no tener ninguna”.

Gil s’en va

Gil Gamés

gil.games@milenio.com


Google news logo
Síguenos en
Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.