Gil cerraba la semana envuelto en serias cavilaciones sobre las nuevas dictaduras de América Latina. Gamés tiene edad para recordar el militarismo asesino y la tiranía de aquellos años. Ahora no pocas dictaduras se dicen de izquierda, digamos al menos Cuba, Venezuela y Nicaragua. La lectora y el lector lo saben, en un acto inédito, el sátrapa Ortega expulsó y despojó de la nacionalidad nicaragüense a 222 opositores. En ésas estaba Gil cuando leyó en su periódico El País una entrevista de Francesco Manetto al escritor Sergio Ramírez a propósito de los atropellos de Daniel Ortega. Gilga ha subrayado algunas de las palabras e ideas de Sergio Ramírez.
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Como escritor, he aprendido el arte de las distancias. Cuando la realidad te golpea duro, tienes que contemplarla como si le estuviera ocurriendo a otro. Es la manera de comenzar a asimilar lo que te está pasando. Cuando recibí la noticia eran las dos de la madrugada. Vi que el teléfono relampagueaba en la noche, ya que lo dejo sin sonido. Me levanté y vi esta noticia. La leí, me fui un rato a la sala y dije bueno, nadie se pone a trabajar a estas horas, así que me vuelvo a dormir y mañana veremos qué pasa. La idea de que te pueden quitar el país es absurda, no tiene ningún sentido. Ningún sentido legal, porque va en contra de la Constitución de Nicaragua. Ni siquiera existe la pena de destierro, son penas bárbaras que fueron eliminadas desde el iluminismo. Y luego la idea de que alguien te pueda arrancar algo que está viviendo dentro de ti, que es tu país. Eso te convence de que es absurdo. Alguien lo deseó como un acto de venganza o como un acto desesperado, pero es un acto que trata de golpear a tanta gente. Y, claro, te golpea a ti.
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Hace algún tiempo, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y el presidente Alberto Fernández, de Argentina, le propusieron una especie de protocolo de transición para sacar a estos presos políticos como primer paso de un entendimiento democrático, de un diálogo. Lo rechazó airado. Después, cuando el presidente Gustavo Petro llegó al Gobierno de Colombia, también tomó una iniciativa de este tipo y fue rechazada de la misma manera.
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Cuando Somoza me declaró traidor a la patria, yo tenía 30 años. Esa es la gran diferencia y lo que hice fue regresar a Nicaragua. Viví en el exilio en Costa Rica y volvimos a desafiar a Somoza y después, cuando vino la toma del Palacio, el 21 de agosto de 1978, yo pasé a vivir clandestinamente. (…) Hoy a mí lo que me toca es la reflexión crítica. Yo no soy político, soy un escritor crítico que no se puede callar.
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Hay países que se amparan en una supuesta neutralidad, diciendo que se trata de asuntos de otro país, y me parece una equivocación. El problema es que todavía sigue primando cierta idea de que algunos hechos, en nombre de ciertas ideas, son legítimos. La exigencia del presidente Gabriel Boric me ha parecido siempre muy importante, la de que es obligación suya ser crítico con la violencia contra los derechos humanos de cualquier lado ideológico que sea. He leído la declaración del Gobierno de México, que no es de respaldo a Ortega, pero tampoco de crítica abierta, y la del Gobierno de Colombia, que es un poco más clara hacia el rechazo del destierro y la represión. ¿Pero cuáles son los dos ejes de la reacción que a mí me parecen más importantes? El de Chile y el de España.
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Apenas tengo 80 años [ríe], pero estoy seguro de que veré el cambio democrático en Nicaragua, de que volveré a mi país. El regreso a mi país nunca lo he pensado en términos individuales. Me gustaría estar en esos momentos de cambio. Ahí es donde yo quisiera estar y estar como escritor, no como político.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Montesquieu: “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”.
Gil s’en va
Gil Gamés
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