A Gil le ha entrado la necedad de que nuestro mundo mexicano se ha convertido en una novela de Leonardo Sciascia. Sea o no cierto, Gamés arroja unos subrayados extraídos de aquellos viejos libros de finales de los años setenta. Aquí vamos.
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—Pero no todos son inocentes —dijo Rogas—. Me refiero a los que caen en el engranaje.
—Tal como va el engranaje, podrían ser todos inocentes.
—Y entonces también se podría decir: tal como va la inocencia, podríamos caer todos en el engranaje.
–El Contexto
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El capellán era uno de esos hombres a los que no le basta ser respetados, honrados, y mimados, y necesitan inducir a temor, ansían suscitar en torno a sí, entre sus semejantes, por los medios que sea, el miedo. ¿Por qué no habrían de temerle esos nobles que ahora le respetaban? ¿Qué dificultad podría haber, para un ingenio como el suyo, en enriquecer la compostura con sutiles matices escandalosos?
En esos momentos, con gran llaneza, fray Giuseppe le explicaba que la tarea del historiador es un verdadero embrollo, una impostura, y que significaba mayor merecimiento inventar la historia que transcribirla, sin más ni más, a partir de viejos folios, de antiguas lápidas, de viejos mausoleos. Además, en todo caso, era mucho más laborioso invéntarla: por ende, honestamente, las fatigas que ambos emprendían eran dignas de una compensación más importante que la que premiaba a un historiador verdadero, a un historiógrafo que gozara de nombradía, pagas, y prebendas.
–El contexto
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—Toda una impostura. La historia no existe. ¿Quién podría asegurar que existen las generaciones de hojas que han caído de un árbol, otoño tras otoño? Existe el árbol, existen sus hojas nuevas; más adelante, también estas hojas caerán, y en cierto instante, también el árbol habrá de desaparecer. La historia de las hojas, la historia del árbol”.
–El contexto
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Lo que le diferenciaba de los demás era que ninguno de éstos podía amenazarle con revelar sus malversaciones y corrupciones por el simple hecho de que todos, digo todos, se habían aprovechado de los delitos cometidos por Michelozzi. El corrompido no puede provocar la caída del corruptor sin quedar sepultado bajo los mismos escombros.
–Todo modo
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Fíjense, la viga en el ojo del que juzga, la paja en el ojo del que es juzgado. ¿No habrá querido decir que sólo juzgan los peores, que sólo ellos eligen juzgar, que pueden juzgar con base en sus culpas, a su culpa, pero sólo después de haberse confesado y liberado de ellas?
–Todo modo
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Y es cierto que en nuestra vida cuenta el hecho de que yo soy sacerdote; usted, juez, el comisario, comisario y el señor, pintor; pero ¿y la infancia, la adolescencia, los lugares en que hemos vivido, las personas entre las cuales hemos pasado la infancia, la adolescencia, la juventud? ¿Y los libros que hemos leído, y los amores, y los desengaños?
—¿Cómo fue su infancia? ¿Feliz, desgraciada? Espero por su bien que haya sido desgraciada, porque las infancias felices engendran tedio, tristeza y maldad…
–Todo modo
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—Hablaba del juzgar, del inquirir y del juzgar. Y de que Cristo tal vez que sólo los peores pueden asumir semejante tarea; sólo los últimos serán en este caso, los primeros… pero, ¡por favor, no interprete esta divagación mía como la más mínima alusión personal. Yo no se nada de usted. Absolutamente nada —y lo dijo mirándole, como si, al contrario, lo supiese todo—. Y, por otra parte, los términos peores y mejores yo los pronuncio en sentido evangélicos: precisamente de los primeros que serán los últimos, de los últimos que serán los primeros.
–Todo modo
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—Señor juez, ¿seguimos adelante con esa historia de las mujeres desaparecidas?
—Pues el hilo…—dijo confuso, y en voz baja Scalambri—, el hilo del dinero, de los intereses, de sus negocios, de los chantajes. Ese es el único hilo posible.
–Todo modo
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—Nadie merece ser alabado por su bondad sino tiene la fuerza de ser malo ¿Ha dicho exactamente esto?
—Exactamente.
Y completé mentalmente la cita: «…cualquier otro tipo de bondad no es, la mayoría de las veces más que pereza o impotencia de la voluntad.»
–Todo modo
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la bandeja que soporta el Grey Goose, Gamés pondrá a circular las frases de Enrique Tierno Galván por el mantel tan blanco: “El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla”.
Gil s’en va