Gil cerraba la semana metido en la lectura del portal Le Grand Continent y en una entrevista con Hugo Micheron, especialista en la geopolítica del terrorismo. Gil ha subrayado algunos párrafos que analizan el atentado terrorista en Moscú y hablan de la amenaza de los grupos paramilitares y de la violencia no estatal, como la llama Micheron. Gamés medita: el mundo existe.
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Desde 2006, todavía no logramos tomarnos en serio la amenaza yihadista y comprender que el Estado Islámico tiene una estrategia y una autonomía de acción. En el fondo, no conseguimos hacernos a la idea de que los yihadistas son verdaderos actores geopolíticos, una fuerza geopolítica autónoma. Atrapados en las fracturas de la guerra ampliada, en un momento en que la rivalidad geopolítica entre las potencias estatales se acelera y ocupa cada vez más espacio, debemos comprender la naturaleza específica del fenómeno yihadista.
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Es increíble ver hasta qué punto, desde el 11 de septiembre, que nos mostró que el yihadismo era un actor geopolítico que cambió la dinámica internacional al transformar de golpe la naturaleza de las ambiciones estadounidenses frente al terrorismo, hemos seguido cometiendo los mismos errores. En los últimos años, si nos fijamos en los grandes acontecimientos que han sacudido el orden político internacional, vemos que los grupos no estatales desempeñan un papel cada vez más importante.
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Desde el inicio de la guerra civil siria en 2011, los grupos no estatales comenzaron a ejercer una influencia considerable, en particular Al Qaeda a partir de 2013 y luego el Estado Islámico desde finales de 2013. No fue sino hasta 2014 y el anuncio de la creación de un Estado Islámico tras la toma de Raqqa y Mosul —es decir, que la organización había adoptado la forma de un protoestado— cuando empezaron a ser vistos como actores principales, aunque llevaban dos años desempeñando un papel considerable en Siria.
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Del mismo modo, si observamos la evolución de los últimos años, vemos una presencia cada vez más central de grupos no estatales. Estoy pensando, por supuesto, en los talibanes que, incluso antes de que se marcharan los estadounidenses, habían conseguido reconquistar un país y recuperar el poder. De hecho, fue una forma de guerra de guerrillas, subyacente a la situación durante 20 años.
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Incluso antes de hablar de Hamás, podemos pensar obviamente en grupos como Wagner. Los rusos llevan mucho tiempo utilizando grupos no estatales, una especie de milicia privada, pero controlada en parte por el aparato estatal— para conseguir objetivos geopolíticos en África y otros lugares. Hamás, mediante la organización de los atentados del 7 de octubre en el sur de Israel, demostró que era capaz no sólo de tomar por sorpresa a Irán e Israel, sino de tomar completamente como rehén a toda la región, comprometiendo en particular la estrategia israelí de normalización con los Estados del Golfo.
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En mi opinión, desde Ucrania y el 7 de octubre, entramos en la primera guerra mundial de la información. Ya no podemos leer o intentar comprender lo que está pasando sin analizar la infraestructura del debate público actual. Contrariamente a lo que se cree, las redes sociales, plagadas de desinformación y de diversas estrategias de influencia, un campo en el que los rusos son maestros, no son un simple medio, sino un verdadero ecosistema que irriga nuestra propia representación del mundo.
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El contexto de la desinformación potencia el terrorismo, que se convierte en un ingrediente crucial de una nueva era de desestabilización. Sin ello, se corre el riesgo inmediato de quedar atrapado en las corrientes opuestas de las narrativas que circulan y se promueven según las agendas de los grupos militantes visibles e invisibles en las redes sociales.
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El Estado Islámico se ha reconstituido en gran medida en Afganistán desde su caída en Siria e Irak. Afganistán se ha convertido en un patio de recreo para el Estado Islámico, que se ha adueñado en gran medida trozos de territorio y desde entonces ha logrado recrear bases operativas. Esto es lo que les permite —y esto es muy importante para entender la última serie de atentados— volver a planear ataques en el mundo.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular por el mantel tan blanco las frases de Einstein: “La teoría es asesinada tarde o temprano por la experiencia”.
Gil s’en va