Cultura

Los orígenes

Desde el inicio el hombre sintió gran curiosidad por el mundo que le rodeaba, en especial por el cosmos, todo ese universo que se le presentaba al ocultarse el Sol, el entender el movimiento de los astros le permitió establecer ciertos ciclos importantes para la supervivencia; las diferentes estaciones, la migración de los animales, los periodos de calor y frío. Todo interpretado en la aparición de ciertas estrellas o grupos de estas en la bóveda celeste, este proceso inició aproximadamente hace unos cuarenta mil años, según vestigios encontrados por los arqueólogos, para la vida humana un periodo de tiempo largo, pero, en la escala del universo, apenas hemos iniciado el intento por entenderlo. A todos nos han gustado las historias que nos han contado nuestros abuelos, por lo general el héroe que salva a la princesa de dragones que echan fuego por la boca, imaginemos a nuestro héroe, un científico estrafalario del futuro que construye una máquina del tiempo para viajar a una época pasada y rescatar a una hermosa princesa de la torre de un castillo, se introduce en un extraño artefacto metálico con componentes de fibras de carbono y membranas ciliconicas adaptables con una gran cantidad de instrumentos, fija la fecha y, acciona el botón de inicio, con una pequeña vibración y un despliegue de diversas luces de colores indican que da inicio el viaje, en un momento la cabina se queda en una total oscuridad señal del inicio de la ruptura espacio-temporal, de repente se ilumina todo y las paredes del artilugio se tornan transparentes y nuestro viajero puede observar como los sucesos de la historia se van presentando en sentido inverso al tiempo histórico conocido; observa la coronación por segunda ocasión en su historia como campeón de liga de su equipo local preferido, el Atlas; la terraformacion del planeta Marte; el establecimiento de bases en la Luna; la otorgación del premio nobel de física, al investigador tapatío Dr. Ramirezi F; la cuarta transformación; las guerras mundiales del S. XX; la era del imperialismo europeo; la Revolución industrial; las revoluciones de Francia y la de Norteamérica; la caída de la manzana en la cabeza de Newton; las observaciones de G. Galilei de las lunas de Júpiter; las grandes comilonas del gordo Brahe; la construcción de las grandes catedrales góticas europeas; y, precisamente cuando empieza a parecer en la pantalla la bella princesa en la torre de un castillo de la Europa central, nuestro científico embobado por la belleza de la joven tropieza sobre los instrumentos dañándolos, creando un gran caos de chispas, humo, ruidos ensordecedores, y por fin quietud, quedando el interior de la capsula en total oscuridad, recobrándose de la confusión, nuestro héroe abre lentamente la escotilla de la máquina y sale al exterior. Es una noche estrellada sin luna a la orilla de una tranquila y cálida playa con arena fina y blanca, una gran cantidad de estrellas se observaba en la bóveda celeste, en el horizonte lejano curvándose sobre el océano la Vía Láctea. De pronto se percata que en la orilla de la playa se encuentra un hombre con una indumentaria bastante extraña, mirando atentamente hacia las estrellas, se acerca y colocándose a su lado accionando su intercomunicador de diversas lenguas le pregunta, ¿qué haces? El hombre sin dejar de mirar hacia la bóveda celeste le contesta, tratando de descubrir los misterios del universo, entonces nuestro científico se pone contento al darse cuenta que se encuentra ante un colega, y dime ¿qué has encontrado? Le pregunta. A lo que le contesta; algunas de mis deducciones son que el Sol está mucho más lejano que la Luna, 20 veces. ¿Y cómo lo has deducido?: Por mis cálculos cuando el Sol, la Luna y la Tierra forman un ángulo recto en el momento del cuarto creciente de la Luna, el ángulo opuesto al cateto mayor es de 870 .7, por lo tanto, si la Luna y el Sol tienen tamaños angulares casi iguales, sus diámetros deben estar en proporción con sus distancias a la Tierra, y si el Sol es tan grande, entonces los demás cuerpos, mucho menor en amaño, deben de girar a su alrededor.

A tal respuesta nuestro héroe se dio cuenta que estaba en el siglo III a. de C. y que aquella playa debería de estar en la pequeña isla de Samos cercana a la costa de Asia Menor en el mar Egeo, y el filósofo debería ser Aristarco.

Contento con haber sido testigo del nacimiento intelectual que desarrolló todo el pensamiento de los sabios griegos que iniciaron con el pensamiento científico, se retiró para dejar que Aristarco continuara con sus deducciones, y aprovecharía su estancia para explorar el fascinante mundo de la Grecia clásica.

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Gerardo A. Rizo
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