Se dice que cuando uno avanza en la vida enfrenta dificultades u “obstáculos”; que eso es un proceso natural, así como uno debe soportar mayor resistencia del aire cuando anda más rápido.
También se dice que, según el budismo, cuando no hay obstáculos, no hay avance, de ahí, se aplica también, que hay que sentir agradecimiento cuando surgen los obstáculos; sin embargo, cada vez que estos aparecen nos preguntamos, casi invariablemente ¿por qué me pasa esto a mí? ¿y yo qué hice para merecer esto?
El budismo, su filosofía, nos enseña así mismo, que enfrentar adversidades nos brinda la posibilidad de perfilar y pulir nuestra personalidad.
Pero hay adversidades y adversidades; sólo cuando nos plantamos de frente a esos reveses que nos toca vivir, podemos analizar seriamente cuánto de lo que nos sucede es producto de la forma en que actuamos en la vida.
Desde el punto de vista budista, todos los fenómenos que nos suceden están regidos por la ley de causa y efecto.
En nuestro caso, las causas que generamos son producto de nuestros pensamientos, palabras y acciones. Por ello, la reflexión sobre nuestro comportamiento, la fuerza de voluntad para corregirlo y las acciones concretas para hacerlo son esenciales dentro del proceso para llegar a una verdadera “revolución humana”.
Sólo de esa manera, los obstáculos se convierten en excelentes oportunidades para aprender cómo extraer esa capacidad inherente que el budismo denomina “estado de Buda” o de lucidez.
Podríamos decir que un tema crucial en esta cuestión de enfrentar obstáculos yace en la actitud que se tiene frente a ellos.
Cuando uno avanza resueltamente y reza con la seguridad de “transformar todo en causa de felicidad”, esa actitud, en sí misma, representa la superación del obstáculo e implica nuestro crecimiento como seres humanos.
No hay pues que mostrar ante la adversidad, desesperación, ni lamentarse, ya que eso no va a cambiar las cosas.
Tal como dice un texto, del sacerdote budista Nichiren, (Siglo XIII), tiene que actuar y hablar sin el menor asomo de servilismo. Si se humilla para conseguir el favor de los demás, sólo agravará las cosas.
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