Política

Un poco más lejos

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Aunque parezca extraño, el camino que tiene más a mano el partido oficial para convertirse efectivamente en partido de Estado, como anuncian sus voceros, consiste en mantener e incluso acentuar la estrategia de polarización —y dirigirse explícitamente solo a la mitad de la población, hablar con los suyos. A la vista de los resultados, se puede pensar que en esas condiciones sea un régimen estable al menos durante 15 o 20 años, a pesar de la violencia que seguirá, y a pesar de los descalabros económicos con los que hay que contar (de hecho, los malos tiempos pueden comenzar antes del fin de año).

Aunque su electorado es más heterogéneo, el partido oficial intenta, con visos de éxito, consolidar la base electoral que fue del PRI del fin de siglo: un voto sobre todo rural, de población de bajos ingresos, los de mayor edad, en el centro y sur del territorio (sobra decirlo: el electorado va junto con sus caciques). Para garantizar la continuidad de ese apoyo es necesario insistir en la polarización, para convertirlo en un voto de identidad. Se trata de consolidar lo que se ha llamado una “mayoría de fractura”, es decir, una mayoría de votos, aunque sea escasa, que se mantiene por oposición a cualquier alternativa, una mayoría que sobre todo quiera que no gobiernen otros —por interés, por miedo, por convicción, por inercia, como cosa de identidad.

No es una fractura de clase, o no solo de clase, sino cultural: es un voto, una identidad que se define básicamente contra el voto urbano, y contra el norte y el occidente del país.

Si se mira un poco más lejos, si se piensa en las tendencias de muy largo plazo, la fractura siempre ha estado ahí, cada vez más como una fatalidad. Geográfica, demográfica, económica, culturalmente, el norte es un país industrial estrechamente asociado a Estados Unidos, muy distinto del sur, con otra historia. Es México, pero otro México. No es por casualidad que la revolución haya venido del norte, y la transición democrática también.

En la práctica, el problema no son las elecciones: el partido oficial puede conservar el poder cómodamente dos o tres sexenios más. Y mejor si se elimina la representación proporcional. El problema es que la estabilidad se conseguirá a costa de una creciente inconformidad en el norte y el occidente, una desafección que tarde o temprano cristalizará en un movimiento separatista —uno o varios, eso no importa, cuando la clase política descubra el mecanismo. En el futuro, un futuro largo, cuando se cuente la historia de México-Norte, estos años se verán como los estertores del régimen de la revolución, con su vocación rural, arcaizante, jerárquica y corporativa.

Es paradójico que un régimen intensamente modernizador, como el del PRI, que usó al campo para industrializar las ciudades del centro, del norte y el occidente, haya terminado atrincherado en el campo, y que ese bastión se conservase hasta este último jalón anti-urbano. El frente de batalla, el que importa, estará en las ciudades de la frontera y sobre todo en Ciudad de México, que será como siempre la clave de la posible unidad de los muchos Méxicos.

Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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