Las campañas de promoción de la lectura suelen ser bastante absurdas, y ninguna ha servido en realidad para nada. A nadie se le antoja de pronto leer porque ve la foto de un futbolista o un cantante enseñando un libro, por ejemplo. Ahora bien, entre las varias posibilidades, regalar libros es la opción más primitiva, y seguramente la más inútil. La idea de que la gente no lee porque los libros son caros es sencillamente falsa, no sólo porque hay libros baratos, y los hay gratuitos en la red, sino que se confunde la lectura con la posesión de libros. Los motivos por los que la gente no lee son otros, muchos, muy diferentes, y mucho más difíciles de abordar —por eso los burócratas prefieren regalar libros. Fabricar y distribuir objetos de papel es mucho más fácil.
El gobierno ha anunciado que se va a regalar una colección de 21 títulos, con tirajes gigantescos de 100 mil ejemplares. El primer problema es que se quiera promover la lectura no con los cientos de miles de títulos que hay asequibles, sino precisamente con los 21 que escogió un burócrata. La lista es discutible, como todas: ¿por qué Poniatowska? ¿Por qué no Arreola, Ibargüengoitia, Garibay? Pero eso sería lo de menos: es que la idea misma es disparatada. Se podrían regalar los 21 títulos a 100 mil personas, que no es ni una milésima parte de la población (y si empezamos por los maestros jubilados, ahí se agotaron las existencias). La alternativa sería repartir un libro por cabeza a dos millones de personas: aun así, no es ni siquiera 2% de la población, y el regalo es verdaderamente miserable. Imaginemos a ese maestro jubilado que quiere volver a leer: le tocó Canek, y no le gusta Canek, o ya lo leyó —hasta ahí llegó la campaña. Y lo mismo pasa con la señora a la que le tocó Apocalipstick, que ni entiende ni le interesa.
Pero en el anuncio se dijo también que la distribución se iba a dirigir de manera especial “a los mandos de la milicia” porque “necesitamos que lean”. La expresión es bastante ofensiva, pero además no está nada claro por qué “necesitamos” que lean. Imaginemos lo que eso significa: como se la regalaron, el comandante de la X Región militar lee la antología de la poesía mexicana del siglo XIX (que era bastante malita), ¿y qué pasa a continuación? ¿Qué le pasa, qué nos pasa, por qué importa? ¿Y si le hubiera tocado El libro vacío, de Josefina Vicens?
La alternativa es muy simple. La solución para que la gente pueda leer sin necesidad de comprar libros, para que pueda escoger entre cientos o miles de títulos, es abrir bibliotecas. Todos, desde hace siglos, hemos leído en bibliotecas: lo que importa es que existan, y que estén bien surtidas. Se podría haber invertido no en tirajes de 100 mil ejemplares, sino de 2,500, para que en todos los municipios del país hubiese una biblioteca con al menos 840 títulos diferentes —seguro que el maestro jubilado encontraba algo interesante.
La verdad es que el programa no tiene ningún sentido. Sirve para presumir de que es “la operación más grande en la historia de regalo de libros”, y exhibir un montón grandote, grandote. Nada más. Otra pirámide de cartón-piedra.
Fernando Escalante Gonzalbo