Política

Revolución 45 RPM

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El director general de bibliotecas hizo público hace unos días un “Manifiesto mexicano de bibliotecas públicas”. Dijo que la proclama era un acto revolucionario. Dijo que el propósito era “conformar un colectivo revolucionario” entre los bibliotecarios, les exigió que asumieran “el carácter ideológico del colectivo” para que las bibliotecas puedan servir “como trincheras revolucionarias”. En el texto estaban también “el ángel tutelar de la patria”, la “explotación por el yugo extranjero” y la “población apática” a la que hay que educar. En la traca final anunciaba un futuro en que se reconocerá al bibliotecario de hoy como “un misionero que enseñó a su pueblo a defenderse de los abusos de los explotadores”, porque habrá educado con el ejemplo “a hombres y mujeres con escasas nociones morales” (también estaba la noticia de que Dostoievski fue el principal precursor de la revolución rusa, pero eso es para filólogos).

El documento tiene un aire de época inconfundible: es un texto de un grupo de estudiantes universitarios de los años setenta. Entonces la revolución estaba de moda. Todo el mundo tenía la obligación de ser revolucionario. Y además la revolución era algo obvio, que no necesitaba explicaciones ni adjetivos, ni programa en realidad, porque había una única revolución posible, La Revolución, y todas las manifestaciones concretas (Nicaragua, Angola, Kampuchea) eran sólo ejemplos, aproximaciones que había que defender por principio —porque participaban de la naturaleza de La Revolución. En ese clima moral se exigía a los bibliotecarios (y a los músicos y a los pedagogos y los podólogos) que fuesen revolucionarios.

Las bibliotecas no le importan a nadie, por eso nadie se molestó en comentar siquiera el texto. La carpeta volverá al archivo sin más consecuencia. Pero el gesto es notable. El señor que desempolva el lenguaje estudiantil de hace cinco décadas para llamar a la revolución es un funcionario público, representante del Poder Ejecutivo federal. Eso quiere decir que la revolución que pide no es contra el poder político, cosa que añade varios niveles de abstracción a la proclama (lo más concreto que hay como enemigo es “el sistema”, que se manifiesta en “el consumo” y en internet —la frase más violenta del manifiesto es una imagen un poco absurda: “Google, Wikipedia, Facebook, Twitter, YouTube, TikTok, a la silla eléctrica”).

Cobrar un sueldo público por hacer la revolución, o por llamar a la revolución, es una de las formas más cómodas para eso. Pero no es cinismo. Si se convoca a la revolución desde el poder, eso sólo puede significar que el poder es revolucionario, y pienso que ésa es una clave del lenguaje del regeneracionismo. El poder es la revolución. El gobierno lo que hace no es gobernar, sino revolucionar. Vive de prometer el cambio que ya llegó. Convoca a hacer la revolución para pedir que se defienda lo que está —que siempre es casi, y pronto, y lucha. El futuro es esto que ya llegó, que seguirá siendo el cambio, siempre. Es un hallazgo ideológico del movimiento de regeneración: que es a la vez revolucionario e institucional.

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Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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