El problema está en fijarse. Hace unos días, no sé qué movimiento del teléfono me puso en la pantalla a un señor que leía cifras en un atril. Por algo del contexto caí en la cuenta de que era el procurador federal del consumidor en una rueda de prensa o algo así, leyendo un informe sobre los precios de la gasolina —no sé para qué. Alguien que vive en Sayula, por ejemplo, y sigue con atención el informe, puede enterarse de que el litro de gasolina es 20 centavos más barato en Jacona, y puede ir allí a llenar su tanque. No sé si se trata de eso.
En un momento, cambió el gesto, enojado, y empezó a señalar a algunas gasolineras: hay algunas, decía, que venden por encima del promedio; daba nombres, números, e insistía: venden por encima del promedio. El problema es que siempre sucede, siempre que hay un promedio habrá unos casos por encima y otros tantos por debajo: eso dice el promedio. Para el procurador, sin embargo, el promedio no era una operación aritmética, un criterio moral. Siguió con los precios del gas. Anunciaba, muy teatral, que algunas empresas venden por debajo del precio máximo. Uno piensa que si se fija un precio máximo lo normal es que se venda más barato: es extraño que se anuncie con ese énfasis.
Era penosamente obvio que no había leído antes lo que tenía delante ni entendía del todo bien lo que estaba diciendo. Pero eso no tenía la menor importancia, ni para él ni para su público, porque nadie estaba prestando atención. No era más que ruido: una exhibición ritual del Estado que exhibía el vacío.
En esos días se conmemoraba el siglo de la SEP, en una “ceremonia solemne” según el boletín; en todo caso, con abundancia de funcionarios (y seguimos quemando solemnidad en infiernitos). Según el comunicado oficial, en la ceremonia se hizo elogio de los cambios obra “del primer gobierno de la cuarta transformación”. En sustancia, “se trata del impulso al aprendizaje colaborativo y el fomento de los valores culturales”. Suena muy bien: democrático, pedagógico, modernísimo. El problema es que no significa nada. Si fuese en serio, habría que decir que la educación ha sido siempre “colaborativa”: el maestro colabora tratando de explicar algo, los alumnos colaboran tratando de entenderlo. Esto podría ser otra cosa, que ni uno explique ni los otros aprendan. En el mejor de los casos, no es nada, una frase. Igual que lo de los “valores culturales” —que es una nada con ecos de teponaxtle.
El portavoz del Ejecutivo puso la nota cínica: dijo que hay que “consolidar la educación intercultural, a partir de los pueblos originarios, como una forma de enriquecer nuestra visión del mundo”. No hay nada “intercultural” ni nada que tenga que ver con los “pueblos originarios”: es un brindis al sol —que además sale gratis. La secretaria anunció el propósito de que las escuelas “se vuelvan centros de aprendizaje comunitario, donde se favorezca el intercambio de valores”. Es decir, que ya no sean escuelas, sino otra cosa. En una situación tan dramática como la de nuestro sistema educativo hoy, los políticos salen a hacer frases: es la medida de su insignificancia. Y a lo mejor alguien se da cuenta.
Fernando Escalante Gonzalbo