Política

El perdurable éxito de Lysenko

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El éxito de Lysenko no tiene ningún misterio. Su ciencia ofrecía todo lo que un político puede desear. Sus descubrimientos eran fáciles de entender y fáciles de anunciar, conseguía cosas muy prácticas: mejores granos, cosechas que maduraban más deprisa, cosechas fuera de temporada. Pero además la suya era mucho más barata que la otra ciencia, no necesitaba tantos laboratorios ni experimentos. No es lo de menos que fuese un conocimiento original, una novedad absoluta, que podía presumirse como logro patriótico. Pero sobre todo Lysenko era el ejemplo del “científico descalzo”, que desmentía la pretendida superioridad de los académicos —y en algo compensaba el complejo de inferioridad que acusan con frecuencia los hombres de acción. La historia es conocida. A la larga, los experimentos fracasaron, pero eso es lo de menos: durante décadas la ciencia de Lysenko sirvió para alimentar la propaganda.  

Para cualquier país es importante desarrollar capacidad científica propia. No solo para producir vacunas. Importa también en asuntos sociales no depender de teorías, métodos y explicaciones pensadas en otra parte. Pero eso solo porque otros, por la distancia, pueden pasar por alto algunas cosas que se ven mejor de cerca. Llamar a eso soberanía científica es ya empezar con mal pie. Y tratar de inventar administrativamente una nueva manera de hacer ciencia es un disparate.

La directora del Conacyt anunció hace unos días la próxima transformación del Sistema Nacional de Investigadores. Dijo exactamente una “refundación del SNI” para “promover una investigación científica ligada al quehacer público”, que “incida en los grandes problemas de la nación”. Explicó que el SNI dejará de ser “un sistema individualista, meritocrático y competitivo”. Es decir, que será un sistema de recompensas colectivas para inducir a los investigadores a abandonar vanidosas veleidades burguesas. Dado que el criterio no será el mérito, no parece haber otro a mano más que la necesidad, cosa muy en el espíritu del tiempo: primero los pobres. Finalmente, evitar la competencia es muy sencillo: los recursos se asignan de manera vertical, sin comparación ni discusiones. No cuesta trabajo imaginar cómo será el SNI refundado. En el fondo se adivina la ilusión de producir científicos descalzos.

Pero tampoco se va a dejar a los científicos que pierdan el tiempo. Como en tantas cosas, las fuerzas armadas señalan el camino. En su conferencia, la directora destacó “el primer radar aéreo 100% mexicano” (yo diría que alguien por lo menos leyó un libro de electromagnetismo escrito en inglés, pero quién sabe). Entre los proyectos prioritarios para los próximos años mencionó el desarrollo de drones, sistemas de análisis de inteligencia militar, ciencia de datos e identificación de personas en redes (eso para 2021, en que hay elecciones); armamento militar y sensores de control, radares de vigilancia, sistemas de vigilancia marítima (para 2022); y detonar la industria aeronáutica de la Sedena, e impulsar el desarrollo tecnológico de las fuerzas armadas (eso, de 2024 en adelante). Todo muy prometedor.

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Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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