Política

El desconcierto

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Es muy notable el desconcierto de los propagandistas del régimen, y de los compañeros de viaje, cuando se trata de hacer el elogio. Están, eso dicen, en la mejor disposición para defender al gobierno, pero no saben concretamente qué es lo que hay que defender. Sabina Berman, por ejemplo, se quejaba hace poco de que no se haya expuesto bien el plan para el futuro: los candidatos, decía, no han podido explicar lo que van a hacer en el congreso, porque no lo saben. Eso en una apología de la regeneración. Según Jorge Zepeda, no cabe ninguna duda de que el motor del gobierno es el deseo de mejorar la condición de los pobres, ninguna duda: “lo que no está claro es la vía por la que se ha decantado para conseguirlo.” Por cierto, sucede algo parecido con los críticos, que lo mismo le reprochan que sea neoliberal que estatista, y se preocupan porque vaya a haber demasiado Estado o demasiado poco.  

El problema es que necesitamos que el poder político tenga un propósito sustantivo, un propósito no político, que normalmente suele ser la felicidad, glosada en algún programa concreto de educación, ecología, empleo o consumo. De ahí resulta la confusión. Porque es muy claro lo que el gobierno ha hecho en los últimos tres años, pero queremos pensar que todo eso es instrumental, secundario, útil para otra cosa que “no está del todo clara” —eso otro que sin duda es lo que realmente quiere.

Para entender, conviene hacer a un lado los prejuicios, fijarse en lo que hay, lo más material, concreto, indudable, e inferir lo que se quiere hacer a partir de lo que efectivamente se hace. Veamos. En tres años casi libres de obstáculos, el gobierno ha mantenido de manera consistente tres líneas de acción: concentrar el poder en la presidencia del Ejecutivo federal, politizar los mercados, y poner al ejército en control de los sistemas estratégicos: seguridad, puertos, aduanas, aeropuertos, comunicaciones, energía. Todo con el propósito explícito, manifiesto, y casi único de ganar elecciones: todas, siempre, a como dé lugar, de manera permanente. Es lo único que de verdad importa. Todo lo demás está supeditado a ese objetivo.  

John Ackerman lo ha visto bien, lo ha dicho con todas sus letras en un artículo de magnífica claridad: “Morena va encaminado a convertirse en un nuevo partido de Estado, capaz de ganar cada vez más elecciones y dominar el tablero de la política nacional durante generaciones”. Y ha pedido por eso que no se desperdicie ese “logro”, que ha costado tantos sacrificios (sin duda sabe lo que dice, dispone de millones para estudiar, entender, promover la auténtica democracia; ahora resulta que era eso, un partido de Estado: habrá quien piense que para ese viaje no hacían falta alforjas, pero la ciencia tiene su ritmo, su protocolo, sus gastos). Como es lógico, lo que sigue a continuación es repartirse los puestos. Ackerman pide lo suyo: arremete contra el presidente del partido, denuncia la imposición de candidatos, y “suplica rectificar el camino”. Suplica.  

Se anuncia así la que será en las próximas décadas la principal actividad política: formarse en la cola. Y esperar a que toque el turno. 

Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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