Política

Eclipse de la muerte

Escuchar audio
00:00 / 00:00
audio-waveform
volumen-full volumen-medium volumen-low volumen-mute
Escuchar audio
00:00 / 00:00

Algo está cambiando, algo ha cambiado en nuestra relación con la muerte, y es imposible prever las consecuencias. La muerte humana no es pura pérdida, es también un vínculo: con la tierra, con la familia, la comunidad, puede ser un vínculo con dios, puede ser un vínculo con la nación. Cada sociedad imagina una manera de hablar acerca de la muerte y dotarla de sentido: es una de las claves de nuestra experiencia personal, una de las claves de nuestra manera de vivir.

Entre las muchas imágenes espantosas que ha dejado la epidemia, no puedo olvidar una. Ilustra un reportaje sobre el cementerio municipal de Nezahualcóyotl: en un gran contenedor de basura asoman cinco o seis féretros, al lado un trabajador lleva varios más en una carretilla —pequeños féretros blancos, de niños. Según el texto, cada día son exhumados una decena de cadáveres que van a la fosa común, y los ataúdes, a la basura. Las gavetas se vuelven a ocupar al día siguiente, el mismo día. La administración “aceleró la cancelación de contratos para el uso de nichos con vigencia de siete años”. Si los deudos no responden, los restos se consideran abandonados: hace falta el espacio. El hecho de que los nichos se contratasen por siete años, el procedimiento administrativo, hablan de un vínculo efímero, superficial, pero esto es la industrialización del olvido.

La cantidad de muertes, las restricciones que impone la epidemia, la falta de espacio en funerarias, crematorios, cementerios, han hecho que casi desaparezca cualquier ceremonia de duelo. Así sucede en las catástrofes, donde toca al Estado dotar de sentido a las muertes para reintegrarlas a la comunidad. En nuestro caso, se han endosado sin mayor trámite al creador o a la naturaleza. Para las autoridades son sobre todo el índice de un lastre para el crecimiento económico. No hay más que el denso silencio de la estadística. La naturalidad con que se admite la discrepancia entre 180 mil y 400 mil víctimas da la medida exacta de la indiferencia.

Pero además están los cientos de miles de víctimas de la violencia de estos años. La mayoría sin más noticia pública que un número en un titular de prensa: siete muertos en Jalisco, nueve muertos en Veracruz. No han tenido siquiera la ceremonia laica de una investigación judicial. A veces una mención en un boletín, con atribuciones hechas a ojo en una historia de cárteles. Son muertos que no merecen ser nombrados.

Y están los desaparecidos: decenas de miles, y miles que se suman cada mes, sin que eso signifique una crisis de convivencia devastadora. Decenas de miles a los que ya solo buscan sus madres, contra la indiferencia burocrática, desdeñosa, casi hostil de las autoridades, que los desaparecen de nuevo en procedimientos inútiles, de modo que la desaparición solo tiene un sentido privado, íntimo —que indica una ruptura imposible de salvar.

Algo ha cambiado, algo está cambiando. La muerte en México ya no tiene ligaduras con la tierra, con la comunidad, con la nación: se abre sobre un vacío. La clase política, toda, ha renunciado a asumir esas muertes y darles sentido: habría que empezar a pensar qué clase de comunidad puede fundarse sobre ese vacío.

Google news logo
Síguenos en
Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.