Política

Barbarie

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Por una vez, se puede empezar con una cita de Walter Benjamin: “No hay documento de la cultura que no sea a la vez documento de la barbarie”. Es verdad. Pero no es cosa de destruir por eso todos los documentos de la cultura —entre otras cosas, porque no hay garantía de que lo otro no sea también la barbarie. Los talibanes lo intentaron con los Budas de Bamiyan, y el gesto no fue muy aplaudido.

Otra cosa son los fastos del pasado reciente: otra cosa, que también tiene sus complicaciones por cierto, pero será para otro día. La quincallería en homenaje al señor presidente es bastante trivial, y es trivial el gesto de retirarla. En lugar de fingir que Díaz Ordaz no inauguró una estación de metro, lo honesto para borrar su recuerdo sería clausurarla, de modo que nadie la vuelva a usar. Pero a lo mejor no se trata de eso. De momento estamos en batallas más remotas. Colón, el Paseo de la Reforma, los quinientos años.

Los monumentos significan cosas: por eso son monumentos. Pero con el paso del tiempo cambia lo que significan, y terminan por decir algo enteramente distinto. Poca gente habrá, entre quienes pasan a diario por ahí, que sepa que “el caballito” es una estatua ecuestre de Carlos IV, ni que sepa quién fue Carlos IV ni por qué se levantó ese monumento en la ciudad de México, y no tiene la menor importancia. El caballito, así: como caballito, es parte del paisaje urbano de la ciudad hoy. Por otra parte, hay lugares, edificios, construcciones que se convierten en monumentos con el tiempo, cuando desaparece el mundo en que tenían pleno sentido, y hay monumentos que son la denuncia de aquello que recuerdan: por ejemplo, Auschwitz.

Está de moda borrar los rastros del pasado porque se piensa que no debió ocurrir. Pienso que podemos conceder que en el gobierno de la ciudad de México no son tan obtusos: son honradamente hipócritas. No se sienten agraviados por el recuerdo de la colonización europea de América, pero piensan que es un buen motivo para tender una cortina de humo o para aparecer como radicales en algo. Los capitalinos no pidieron que se retirase la estatua de Colón, es el gobierno el que le pide a la gente que le pida que retire la estatua —y se apresura a darle gusto de antemano. Es decir, no se trata de borrar a Colón, que no le preocupaba a nadie, sino de hacerlo presente, y usarlo para representar un agravio imposible de reparar, porque con eso pueden acreditarse como insurgentes para siempre, puesto que el enemigo es la historia.

No es un asunto filosófico, ya lo sé: es puro oportunismo. Pero el plazo cortísimo de ese oportunismo plantea para empezar un problema estético: desmantelar trozos de la ciudad, de la historia de la ciudad, como es esa glorieta de Reforma. Y plantea para seguir un problema cívico: el ánimo de borrar lo que no nos gusta. Eso aparte de la violencia que entraña el gesto mismo de arrancar una estatua —la imagen del pedestal vacío es un autorretrato exacto: cruel.

Si fuese en serio, para pensar en los monumentos de la historia se me ocurre que sería magnífico que en la secundaria se dedicase un día a leer el “Ozymandias”, de Shelley. Me temo que no.

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Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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