
Rockero en estado (im)puro, formó parte sustantiva de la sólida cimentación del Heavy Metal y se reinventó en plan solitario para mantenerse como caballero oscuro de la vieja guardia en permanente proceso de renovación. De Príncipe de las Tinieblas se convirtió en figura mediática a plena luz del día, sin perder el retorcido encanto de la paranoia oscura, aún en los momentos menos pensados, como durante el show familiar que encabezó durante cuatro temporadas. Se recuperó de un despido justificado y mantuvo la vena creativa con sus composiciones que navegaban entre el acento melódico —claro que tenía su corazoncito— y la intensidad armónica, soportada por su inconfundible voz de prematuro provocador de las buenas conciencias que parecía emanar de una aguda nariz agónica y una carcajada macabra, confirmando con sentido de urgencia que la teoría de la conspiración era un hecho.
De infancia difícil entre el abuso y la delincuencia, John Michael Osbourne (Warwickshire, 1948) dejó la escuela y trabajó en varias actividades manuales hasta que, como a todo mundo, escuchar a The Beatles le cambió la jugada con She Loves You, en particular: decidió que iba a ser músico. Después de participar en un par de intentos de banda de la mano de Geezer Butler, se integró a una que se llamó Earth, al final bautizada como Black Sabbath en 1969, retomando el título de la película de Mario Bava. Entregaron una quinteta de álbumes clave para el desarrollo ulterior del rock en general y el metal en particular —Black Sabbath (1970), Paranoid (1970), Master of Reality (1971), Vol. 4 (1972), Sabbath Bloody Sabbath (1973) y Sabotage (1975)— y después, tras otro par de discos, Ozzy buscó su propio camino, mientras la banda se reconstruía con Ronnie James Dio en la vocal y el infaltable Tony Iommi como comandante en jefe.
Como declaración de principios, entregó un par de álbumes notables, acompañado de las ideas y riffs de Randy Rhoads, fallecido en 1982, y que influyeron poderosamente en el metal ochentero: Blizzard of Ozz (1980), manifestación explícita de enfoque cual camino amarillo por el cual un tren enloquecido manejado por el señor Crowley corría sus rutas con la certeza de llegar a la terminal de la revelación, a sabiendas de que habría que despedirse del romance: guitarrero, espacial y accesible a partes iguales, la idea era levantar la mano ya en plan de firmar la obra con su nombre. Le siguió Diary of a Madman (1981) para volar alto sobre la montaña a través de cortes más prolongados pero que mantuvieron la hechicería del afortunado encuentro entre el mago de las cuerdas eléctricas y el líder en plan más libre, sin el peso del nombre del grupo que lo antecedió: eso sí, no puedes matar el Rock and Roll.
Después de Speak of the Devil (1982), integrado por cortes en vivo con material de Sabbath y producido ante la repentina muerte de su reciente colaborador Rhoads, entregó Bark at the Moon (1983), álbum que encontró a un Ozzy vuelto hombre lobo en pleno nacimiento de MTV pero definiéndose como un rebelde del rock’n’roll, apoyado ahora por la guitarra de Jack E. Lee y la batería de Tommy Aldridge, además de los infaltables momentos baladeros para manifestar el cansancio. Vendría el irregular The Ultimate Sin (1986), con algunas canciones llamativas como Shot in the Dark, si bien transcurriendo de manera solvente pero indistinguible en largos tramos del soundtrack.
Apareció un tributo para Rhodes en honor a su muerte en un accidente aéreo y después grabó No Rest for the Wicked (1989), buscando nuevos milagros en tesitura hardrockera ahora a partir de la guitarra de Zakk Wylde y, de paso, criticando a los hipócritas y ridículos predicadores televisivos que lo usaban como ejemplo del mal, sorteando la etiqueta con sorna. Tras el EP Just Say Ozzy (1990), apareció el consistente y sólidamente producido No More Tears (1991), sostenido por un bajo contundente que reposa en una batería atropellada, empujando las canciones con cascadas de teclados, mientras revolotea la infalible guitarra, para acompañar la vocal de Osbourne con todo y el aporte letrístico de Lemmy Kilmister (Motörhead): su mejor disco en diez años.
Vendrían el directo Live & Loud (1993); el sobreproducido Ozzmosis (1995) con Perry Mason como protagonista; Down to Earth (2001), notable vuelta al ruedo, enfatizando que no hay espacio para los ángeles con todo y la presencia del bajista Robert Trujillo (Suicidal Tendencies, Metallica), y la infaltable balada de lágrima fácil; Under Cover (2005), álbum de versiones; Black Rain (2007), dejando en claro que no quería detenerse, a pesar de la merma en el registro vocal; Scream (2010), levantando la voz para confirmar el sello; la vuelta al mundo Sabbath con 13 (2013); el bienvenido regreso con ØRD†NARY MAN (2020), en el que nos platicó de forma hermosa, junto con Elton John, que era un hombre común, y Patient Number 9 (2022), su despedida por la puerta grande de las grabaciones discográficas. Se despidió a través del show Back to Beginning en su natal Birmingham, junto con sus compas de Black Sabbath y diversas figuras del mundo metalero.