Llama la atención de la realidad política actual, el divorcio entre la positiva aprobación presidencial y los malos resultados del gobierno. El tema no se remite al Presidente, sino a la sociedad; el país transita a una forma de cinismo social, esto es, una mayoría que aprueba al Presidente a pesar de que no le crea, que le parezca irrelevante no sólo que él mienta, sino que falle en lo fundamental como gobernante, incapaz de proveer lo básico: seguridad y bienestar.
Estamos ante un Presidente que se refugia en las promesas ante los magros resultados. Una sociedad ávida de fácil esperanza y negada a hacer su parte para superarse. Uno que corteja con engaño deliberado, y otra que cede por debilidad, por el deseo de creer, de mejorar sin trabajar, a la espera de que alguien más le haga la tarea.
La aprobación no pasa por el engaño, sino por el inasible mundo de las creencias y emociones. López Obrador es el gran seductor de la patria de hoy día. En perspectiva está el juicio severo al mandatario, a quienes le acompañaron, a la oposición y a la sociedad complaciente, en especial, a sus élites, incapaces hasta de velar por sus intereses. Hablar, opinar y en su caso criticar se vuelve un elemental acto de vergüenza.
La pandemia ha sido una catástrofe mundial. Un doloroso paréntesis de muerte y penuria para muchos. El manejo de las autoridades mexicanas ha sido cruel en extremo. Sin empatía frente a la tragedia y sin capacidad de reconocer errores e insuficiencias. El Presidente y su incondicional López Gatell se han arrogado una responsabilidad que en mucho los excede, al margen de la Constitución que obliga a la presencia del Consejo de Salubridad General. Las cifras prueban la pésima gestión de la crisis sanitaria. Lo mismo ocurre con el programa de vacunación, México muy atrás en la carrera por la salud y consecuentemente para el anhelado regreso a una normalidad.
Los problemas vienen desde antes de la pandemia en todos los frentes: salud, educación, seguridad, estado de derecho y economía. Las expectativas de transformar para mejorar quedarán muy por debajo de lo comprometido. La recuperación será lenta y afectará más a quienes más carecen si se continúa por la senda de la falta de certeza de derechos, el desastre se extenderá más allá de esta generación.
Queda descartado un cambio en el gobierno a pesar de los pésimos resultados. Si el Dr. López Gatell es soportado y aplaudido por su jefe, nada se espera que cambie. Si el impresentable candidato Feliz Salgado Macedonio ha sido apoyado por el Presidente, ya se sabe el piso ético para lo que viene. Inútil invocar o esperar cambio.
La apuesta de muchos son las elecciones próximas. Los del gobierno y los de la oposición. Sí hace diferencia que el Presidente cuente con una Cámara a modo, pero no hay que sobredimensionar la capacidad política de la oposición para representar lo que el país requiere, especialmente, resolver el divorcio entre aprobación y los resultados. Bien vistas las cosas se espera más fango, inmovilidad, cooptación, chantaje y polarización.