Política

El final y la aduana

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El tiempo, y más el de la política, pasa con singular rapidez. Días largos y años cortos, se ha dicho. Así ha sido siempre, más para quienes están en el poder que para quienes lo padecen. Se viven tiempos singulares, la experiencia lopezobradorista —sueño o pesadilla— es irrepetible. Ya se avizora la mitad de un gobierno y su inevitable aduana, la elección intermedia. Al impulso destructivo de la primera etapa y el empecinamiento que la acompaña, seguirá la impaciencia de ver el final más próximo de lo que se pensaba, obras en proceso y proyectos o programas gubernamentales inconclusos o malogrados.

Difícil que la elección intermedia conceda los asientos legislativos que requiere la coalición gobernante para actuar con comodidad en la segunda mitad, a pesar de los errores y las limitaciones de las oposiciones. La cerrada competencia en las elecciones locales y los malos gobiernos locales de Morena contribuyen a la dispersión del voto. Una mayoría opositora complicaría el cierre del gobierno.

Sería un error mayúsculo que los opositores promovieran la revocación de mandato. El presidente López Obrador ganaría con sobrada ventaja y con ello mandato para doblar a la oposición en el Congreso y empoderarlo rumbo al cierre de gobierno, el peor escenario posible para propios y extraños.

El reto del Presidente para ese entonces sería conducir la sucesión. Al momento Claudia Sheinbaum lleva mano y ha podido hacer de la vacunación contra el covid un ejemplo de buen manejo. A Marcelo lo afecta el fiasco de la “misión cumplida” en la adquisición de las medicinas. Monreal crece en territorio, pero persiste sobre él la duda de pertenencia a pesar de los méritos y lealtad a la causa.

En un sentido superficial, lo evidente, lo observable, es que López Obrador se ha mostrado inmune a los malos resultados, incluso a tropiezos mayores como la corrupción en su entorno, el desprecio al movimiento feminista o el respaldo a indefendibles como Félix Salgado Macedonio. En el fondo se sabe que algo está podrido y seguirá creciendo la convicción de fracaso en quienes depositaron en él la esperanza de un gran cambio para bien del país. Se entenderá que la popularidad de López Obrador no da votos, tampoco resuelve problemas y que su poder está sujeto a término.

La impaciencia será el signo del cierre. De quienes gobiernan, por la cortedad de las realizaciones y el advertir que dejarán al país peor de lo que lo recibieron; de quienes pretenden continuar con el proyecto, por la incertidumbre propia de la sucesión; de los opositores formales, por su prisa de regreso y, de muchos más, prestos a cobrar afrentas reales o imaginarias. Con la polarización política, poco bueno puede esperarse. Un país rehén de la ambición, los temores y las pasiones de sus políticos. El Presidente será parte del problema, no de la solución. La conducción de la lucha por el poder será plausible en la medida de que transite por las instituciones, aquellas tan desdeñadas por el actual régimen: órganos autónomos, tribunales y leyes. Un final accidentado y el surgimiento de una renovada esperanza.

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Federico Berrueto
  • Federico Berrueto
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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