Política

Señor Macron: no hay derecho a la blasfemia

La blasfemia no es, no puede ser un derecho republicano, porque no es un derecho humano.

La blasfemia no ofende a Dios; la blasfemia ofende a los creyentes en Dios. Ninguna república en el mundo, ni la Francesa, puede establecer el derecho a la blasfemia, porque eso significa la violación a los derechos de los creyentes: el derecho a que sus creencias sean respetadas y tuteladas.

El no autorizar el derecho a la blasfemia no significa, de ninguna manera, autorizar, ni mucho menos, promover el derecho a asesinar en venganza por los actos de blasfemia. Todavía menos autoriza a conceder actos de terrorismo indiscriminado.

La República Francesa, como todas las naciones ex colonialistas del mundo, y específicamente las potencias europeas, (España, Portugal, Holanda, Gran Bretaña, Bélgica y hasta Italia y Alemania en breve plazo) desde el siglo XVI hasta muy entrado el siglo XX, está inevitablemente sujeta a la resiliencia internacional: al rebote histórico de los conquistados.

Lo sufrió, en su tiempo, el Imperio Romano; lo sufrió el Imperio Bizantino; lo habían sufrido sumerios, acadios, egipcios, persas, hititas, macedonios, árabes. 

Lo sufrió en 1918 el Imperio Otomano: ahí están todavía los desajustes con los kurdos, las desgracias en el Líbano, el conflicto interminable entre Israel y Palestina, Chipre. Ahí están las consecuencias.

El derrumbe del tolerante Imperio Otomano, todavía empeorado por el Acuerdo Sykes-  Picot de 1916 entre las potencias vencedoras, la Gran Bretaña y la República Francesa: un Medio Oriente aún desajustado.

Más la Declaración Balfour del año siguiente: buenos ojos para la formación de un “hogar judío” en tierra palestina. Todas estas interferencias imperialistas sólo propiciaban el inevitable rebote nacionalista: que llegó y sigue.

Durante prácticamente todo el siglo XIX y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, casi todo el continente africano y una buena parte del asiático y oceánico se encontraban sometidos al coloniaje de las potencias europeas.

No sólo eso: esas nuevas naciones, casi 200, incorporadas a la flamante Organización de las Naciones Unidas (“casualmente” con sede en Nueva York) están conformadas con los límites, totalmente artificiales, herederos del coloniaje.

Estados con dos o tres naciones naturales, y naciones partidas entre dos o tres nuevos estados, a veces con idiomas oficiales distintos, europeos.

Jóvenes privilegiados de las nuevas elites estudiando en las ex metrópolis, fácilmente cooptables. Garantizando, en muchos casos, la continuación del saqueo de sus recursos naturales y del régimen agrario rapaz.

En el caso de las excolonias españolas en América, la guerra absurda de Chile contra Perú y Bolivia y el arrebato chileno de toda la costa boliviana en 1885 sólo tiene un nombre: la codicia británica (detrás de la escena) por el guano y el salitre bolivianos.

Así que, volviendo a la República Francesa (con la incongruencia histórica de ser república y colonialista) parte del rebote es que haya viviendo en la metrópoli franceses de origen colonial con la cultura y creencias religiosas de su origen y que también tienen derechos republicanos. 


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Esteban Garaiz
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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