Este año tampoco recibió el Premio Nobel de Literatura Mircea Cărtărescu (1956). Él como varios otros continúan siendo nominados y parece que no para ganarlo, sino con el propósito de que sus lectores queden a la expectativa. Juzgar si lo merece resulta algo subjetivo porque depende de la opinión pública que varía individualmente.
A Cărtărescu le conflictúa que alguien pregunte por su texto predilecto. Al cuestionar cuál es el mejor libro de un autor se niega ya la respuesta. Puede hallarse lo más popular que publicó, sin embargo, indagarlo carece de sentido. Nació en un país de tradición artística, al sur de Rumania, una región cuyo encanto bucólico permea sobre la arquitectura.
Parcialmente destruida en la batalla de Crimea -ocupada por los austriacos después, nombrada capital tras la Primera Guerra Mundial, aniquilada casi totalmente a causa de la Segunda y reconstruida-, Bucarest simboliza historia. Con una trayectoria literaria de décadas Cărtărescu la representa en su obra poética que cuenta una lucha y menciona todas. Él la describe como “un esfuerzo continuo, alucinatorio y agotador, que duró años”.
Durante aquella época de juventud afirma que vivió la vida sin descanso, solo en verso y el resultado forma un extenso corpus titulado Poesía esencial (Impedimenta editorial). Las novelas del rumano son traducidas, accesibles y difundidas pero aunque conozcamos su biliografía narrativa, si ignoramos la parte lírica no lo apreciaremos realmente. Tenía treinta cuando dejó de escribir poemas y aún así, hoy es poeta.
Erandi Cerbón