En medio de los debates sobre migración, economía y fronteras, hay una realidad que se mantiene constante —incluso creciente— año con año: el envío de remesas desde Estados Unidos hacia México. En 2024, esa cifra alcanzó casi $65 mil millones de dólares, una cantidad histórica que ayuda a sostener más de 4.5 millones de hogares mexicanos, en su mayoría ubicados en regiones rurales con pocas oportunidades económicas.

Este análisis forma parte de un esfuerzo de la US-Mexico Foundation por aportar datos duros y accesibles sobre los temas que realmente definen la relación bilateral. Las remesas no son solo transferencias de dinero; son una expresión cotidiana de los lazos familiares, sociales y económicos entre nuestros países.
El 95% del total de remesas que llegan a México provienen de EE.UU. Y en un contexto cada vez más digitalizado, el flujo se ha vuelto más rápido, más frecuente y más accesible. Tan solo en los primeros cuatro meses de 2025, se registraron 49.5 millones de transferencias electrónicas, lo que equivale a un promedio de 12.4 millones por mes. En 2024, fueron 165 millones de envíos, con un promedio de $392 dólares por operación.

Lo que más impresiona es el impacto directo en la vida de las personas: 1 de cada 5 hogares rurales en México depende de este ingreso. No es casualidad que los estados que más remesas reciben —Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Estado de México y CDMX— también enfrentan grandes retos en generación de empleo formal y desarrollo económico.
Pero al observar el dato per cápita, el mapa cambia: Michoacán y Zacatecas reciben más de $1,100 dólares por habitante en remesas al año, mientras que estados como Yucatán y Nuevo León apenas superan los $200. Esto confirma lo que muchos ya intuimos: las remesas son una especie de seguro informal para comunidades donde las oportunidades locales son escasas.

Y del lado estadounidense, los datos también cuentan una historia. California envía más de $20 mil millones de dólares al año, y Texas contribuye con casi $9 mil millones. En contraste, estados del Midwest y del Noreste envían menos de $300 millones, reflejando claramente los patrones históricos de migración.

Las remesas no sustituyen políticas públicas, ni pueden ser la base del desarrollo a largo plazo. Pero entender su volumen, frecuencia y distribución es clave para diseñar mejores estrategias de inversión social, bancarización y movilidad laboral en ambos lados de la frontera.
Las cifras son claras, pero también son humanas. Detrás de cada envío hay un hijo, una madre, una historia. Y detrás de cada transferencia, hay una oportunidad para reforzar el puente económico más sólido que une a México y Estados Unidos: su gente.