Conforme nos acercamos a la mitad del recorrido de campañas rumbo a la elección del 2 de junio, ahora resulta que no es nada más el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Hidalgo, a quienes Morena se debe enfrentar en las urnas.
Esta semana quedó claro que la fractura entre los aliados nacionales de la cuarta transformación, a nivel local, es más fuerte debido a las diferencias irreconciliables entre los personajes que dirigen los destinos partidistas.
Entonces, Morena debe medirse ante el frente opositor, y además ante el Partido del Trabajo y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y en una de esas ante los propios morenistas que siguen peleando y dando patadas por no haber quedado como candidatos en municipios y al Congreso local.
Las diferencias ideológicas que no se han sabido superar, son parte de la falta de una cultura democrática que impera en la clase política hidalguense, acostumbrada a los tiempos del maltrato priista en donde se hacía lo que una o dos personas decían y nada más.
El primer círculo del gobernador Julio Menchaca sabe ahora que gobernar y hacer política de partido en todos los municipios son dos cosas diferentes; que no se puede medir con la misma evaluación a las comunidades por sus preferencias políticas y mucho menos decidir los designios y toma de decisiones con el termómetro de una elección.
Falta mucho para que termine el sexenio el gobernador Menchaca, pero es clave el momento que se vive para poder trazar la ruta de la transformación que se está buscando.
Hay que recordar que también se viene, después de la elección, la revocación de mandato, las consultas populares en municipios y el Congreso y las reformas que se pretenden impulsar. Es decir, más allá de que todos estén en una lucha contra Morena por los espacios de elección, hay tiempo para discernir con herramientas probadas, que se puede alcanzar acuerdo, paz social y política y sobre todo beneficios colectivos.
