La seguridad es quizá el mayor de los pendientes en Hidalgo, donde pasan los sexenios y los programas que se implementan cada periodo gubernamental, y todo parece ir de mal en peor.
La violencia se ha normalizado a tal grado que es parte del ambiente cotidiano, tan simple como ir al mercado y presenciar una ejecución. Parte del espectáculo al que debe uno someterse porque los hombres andan armados como si de portar el teléfono móvil se tratara.
Cuando no son disparos, son tumultos apedreando a policías y soldados como ocurrió esta semana en Cuautepec de Hinojosa, o bien retenes de civiles en poblaciones del Valle del Mezquital o en el mejor de los casos una pelea de cantina en Pachuca o en un bar de Zona Plateada.
Parece que la inseguridad pública ya se ha apoderado de todos los espacios de la sociedad, y es la misma que se traslada al seno familiar; mujeres, niñas y niños que deben resistir a la violencia machista, a la revictimización en las denuncias, a la falta de atención de la justicia.
Es una cadena de problemas que se van acumulando pero que tienen un mismo origen, la inseguridad, la violencia, las armas.
Si así es como pretenden que un ciudadano se defienda, vamos a terminar peor que una guerra civil. Si esperan a que una mujer se defienda usando una pistola, van a terminar muchos hombres muertos.
La respuesta no está en las armas, la violencia no se combate con más violencia, y suena a discurso, pero solamente con una nueva política pública se podrá buscar una solución alterna a la inseguridad.
Se espera que el cambio de régimen político traiga consigo una nueva estrategia en la que se aplique la tecnología conseguida en el actual gobierno y se capacite al personal para aplicarla de la mejor forma, con sentido social y humano, sin tratar a las personas como una carga y con verdadera justicia para las y los inocentes.
Eduardo Gonzáleztwitter: @laloflu