Reconocer que este mundo le pertenece a los jóvenes, a los niños que incluso están por nacer es remitirse a lo que las nuevas generaciones han hecho para bien y para mal en esta sociedad que evoluciona lo mismo que sus complejidades.
Sería injusto olvidar lo exitoso que son muchos de los que, aún siendo jóvenes, han logrado importantes liderazgos en distintos círculos y sobresalen a diario con acciones dignas de ejemplo.
Quizá se trate de seres humanos que fueron amados desde el inicio de sus vidas y fueron formados con valores perfectamente definidos, practicados por sus padres, por sus abuelos, también por sus hermanos mayores si los hubo, en resumen contaron con esas bases elementales para confeccionar personas de bien, más allá del simple cliché.
Y es que nadie nace para ser infeliz aunque en la vida real la búsqueda del éxito es solo para algunos, y no está precisamente este aspecto regido ni segmentado por clases sociales.
No es un asunto de dinero ni relaciones, es más bien de educación, de formación integral, de permanente atención a lo que los hijos hacen y necesitan, de darles las herramientas básicas para salir adelante, no lujos, no aquello que les haga sentir dueños ilegítimos del mundo, sin esfuerzos ni sacrificios.
Hoy por hoy son muchos los que han equivocado el rumbo, con amistades similares y unos padres desinteresados por su bienestar se han convertido en instrumentos de la delincuencia.
Quienes aprenden a vivir engañando y por encima de los derechos de terceros son fracasados en ciernes y eventualmente formadores de pares con las mismas características, afortunadamente son los menos.
El trabajo pues es de los padres de hoy para que en paralelo a sus responsabilidades de generar las condiciones económicas para su familia, deben acercarse a los problemas de sus hijos, aprender a identificarlos para corregir a tiempo sin la necesidad de sufrir su pérdida física, moral y espiritual.
Es tiempo de recordar y arraigar los valores que alguna vez aprendimos. Ojalá.
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Hasta la próxima.