Wagnermaníacos, buenos días, buenas tardes, buenas noches, dependiendo el momento en que me hagan favor de leer esta columna.
Hoy me puse a pensar, a reflexionar en todas las bondades que tiene la lucha libre, hablando específicamente de sus aficionados.
Público sincero, entregado, exigente, ¿por qué no decirlo? que le da vida a nuestro deporte con sus gritos, porras, tamborazos y hasta con uno que otro recordatorio maternal.
Dentro de este universo formado por el respetable, los niños merecen una mención honorífica. Su entrega y la admiración con la que se acercan a nosotros los luchadores, es verdaderamente conmovedora e inspiradora.
Sin duda los gladiadores mexicanos seguimos ocupando un lugar preponderante en el universo infantil, tratando de inculcarles valores como el amor al deporte y al trabajo en equipo.
¡Claro que logramos este objetivo cada que nos subimos al ring! Y lo digo con conocimiento de causa, porque también fui niño, un niño tímido, introvertido, al grado que me decían el Osito.
El Osito porque estaba sentadito en mi sillón, sin dar lata, pero fue la lucha libre, sus grandes estrellas, las que me convirtieron en el adulto que soy actualmente.
Contar con un referente positivo que refuerce nuestros ideales, nuestras aspiraciones es importantísimo.
A lo largo de su historia Doña Lucha ha contribuido a la formación de un sinnúmero de generaciones de niños, que se han transformado en adultos, en mexicanos exitosos, mientras jugaban con el clásico luchador de rebaba.
¡Felicidades para los niños en su día! Pero no solamente para los niños del 2023, sino para todos los que seguimos siendo infantes, gracias a la lucha libre.
Wagnermaníacos, piénsenlo, se los dejo sobre la mesa, díganme sus opiniones a través de sus redes sociales.
Y recuerden, que en mi casa y con mi gente, se me respeta. Bien, Bien, Bien.