No es sensato promover ni participar en discusiones bizantinas, sino entender el momento de México y del mundo para asumir con honestidad y valor nuestras responsabilidades. La crítica es indispensable pero insuficiente, lo obligado es contribuir en la solución de los problemas personales, familiares y comunitarios. Nos salvamos todos o nos hundimos todos. Es torpe imaginar el éxito de unos cuantos, porque en el egoísmo no hay auténtica felicidad, así vaya acompañado de riquezas materiales. La gloria verdadera consiste en la satisfacción del deber cumplido.
El proemio anterior se justifica por el atraco implacable a los valores fundamentales de nuestra civilización. Los avances científicos y tecnológicos también son usados para degradar la vida humana y destruir la naturaleza.
Por cuanto a México se refiere, es válido parafrasear al simpático y famoso Filósofo de Güemes: estamos así porque somos así.
Destruyamos ya la mentirosa y maniquea “Historia Nacional” con la cual se ha envenenado el cerebro (y el alma) de nuestras generaciones: dividir a los mexicanos entre originarios y conquistadores, víctimas y victimarios, buenos y malos, patriotas y traidores, constituye un crimen estúpido y proditorio.
Por fortuna, nos quedan reservas morales que deben aflorar especialmente en la juventud. Debemos cultivar el respeto a la ley, la auténtica solidaridad y el sentido del honor, entendido éste como la consciencia de nuestra dignidad.
Los ciudadanos (principalmente los jóvenes) deben saltar a la palestra para elevar la voz y evitar la destrucción de México.
Al observar el atraco cuatrotero a nuestras leyes e instituciones (entre ellas las electorales, construidas durante los últimos 30 años para garantizar el voto libre y respetado) nadie debe negarse a la defensa de la constitucionalidad democrática, menos aún los jóvenes, quienes se hallan (como diría Efraín González Luna) “en el momento del alba, a la hora del destino y en medio de la rosa de los vientos”.
Hace tres décadas no había un Instituto Electoral, ni credencial para votar con fotografía, ni un Tribunal Electoral, ni la ley actual.
Los comicios los hacía el gobierno a través de la Comisión Federal Electoral presidida por el secretario de Gobernación y los calificaba el Colegio Electoral, ambos con mayoría priista. El viejo líder de la CTM Fidel Velázquez desafiaba: “con las armas llegamos al poder y sólo con ellas nos sacarán”.
El Diario de Debates de la Cámara de Diputados consigna mi reclamo en 1993: “señores del gobierno: no todo lo han hecho mal, han cavado la tumba del Colegio Electoral”. Y así fue.
Hoy, el perverso y trasnochado Tartufo quiere recrear esa ignominia.
Jóvenes mexicanos: con su fuerza y generosidad defiendan el Estado democrático de derecho. Jamás se rindan ante el tirano.