Esta colaboración la envié a MILENIO antes del debate, pero trato aquí un tema que viene a colación:
Cuando los abstencionistas estén conscientes del apoyo que dan a los gobiernos ineptos y corruptos, dejarán de ser abstencionistas. Así de claro.
En efecto, la abstención es una forma cobarde de corrupción, que también a ellos ensucia y daña. Ese mal implica vivir en el peor de los mundos, por ser un círculo perverso: una gran parte de los ciudadanos, que vive de su trabajo, se niega a participar en política porque ve en ella un mundo saturado de corrupción en el que la vileza humana se expresa de mil maneras; y, simultáneamente, la política es así porque no participan en ella los hombres y mujeres que viven honradamente de su esfuerzo. Esa es la paradoja: predominan en el gobierno los incapaces y corruptos porque “los honestos” están ausentes.
Es frecuente escuchar que la política solo es para los políticos: “soy honesto, por eso no participo en política, que allá se desgarren los truhanes, pícaros y rufianes, porque todos son iguales; yo me abstengo, pero eso sí, ojalá no ganen los peores”.
Lo anterior daña la vida social, porque aumentan la ignorancia, la pobreza, la violencia, los malos servicios gubernamentales; y se crean odios, resentimientos y divisiones que hacen imposible el esfuerzo común para lograr, precisamente, el bien común.
En tiempos electorales hay una ebullición pasajera, promovida por los partidos y candidatos que logran atraer a un importante número de votantes, muchos de los cuales tontamente deciden su voto por las promesas o dádivas de cínicos merolicos.
Por eso son indispensables los servicios que hacen los medios de comunicación a la democracia, en la medida que impulsan la participación ciudadana en la vida política, pero es necesaria una precisión: no debemos convocar a millones de mexicanos para que se afilien a los partidos de su preferencia, porque la inmensa mayoría no tiene preferencia partidista y sí una repulsión justificada hacia todos ellos.
Convoquemos a los electores a conocer las trayectorias personales de los candidatos para que decidan su voto por los mejores, y si ninguno le parece mejor, que entonces lo hagan por quienes consideren los menos malos.
Claro que también debemos valorar las propuestas de los candidatos, pero ignoremos las que provienen de los que han llevado una vida pública tramposa y que responden a intereses de pandilla, porque sus promesas serán solo carnadas para atrapar y sojuzgar incautos.
Por fortuna, compite hoy una candidata que no está capturada por ningún partido o grupo de poder, ni por un rufián delirante. Es una mujer libre, capaz y valiente con una historia limpia y de servicio a México.
Coloquialmente dicho: con Xóchitl, al frente de Fuerza y Corazón por México, hay tiro.