Tanques de guerra en la frontera entre Perú y Ecuador, cientos de expulsados de Chile en una sola jornada, cadáveres flotando cuyo destino era Trinidad y Tobago, quema de campamentos en la brasileña Pacaraima o en Ibarra, Ecuador. Todas estas historias tienen un protagonista común, un migrante, muchos migrantes (todos venezolanos).
Asediados por tragedias propias y añadidas. Perseguidos por el estigma, acosados por los miedos ajenos, criminalizados por narrativas gubernamentales donde inculpar al foráneo se traduce en apoyo popular.
¿Dónde queda la Convención Americana sobre Derechos Humanos y su artículo 22, en la que se prohíbe la expulsión colectiva de extranjeros?
Incluso, en un comunicado emitido en 2019, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados señala que para algunos venezolanos en situación de riesgo se aplica la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951. No obstante, la mayoría calificarían como refugiados basándose en los criterios más amplios contemplados en la Declaración de Cartagena sobre Refugiados de 1984, que se aplica en América Latina. De este modo, ACNUR ha solicitado que los migrantes venezolanos, sea cual fuere su situación legal, no sean deportados o forzados a regresar.
En estas líneas no pretendo romantizar a los migrantes, sino humanizarlos. Ir más allá de la cifra y compartir la idea de que ese foráneo podrías ser tú en un mañana incierto, obligado por unas circunstancias que van más allá de tu propia voluntad.
*Profesora del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, capítulo México y Executive-in-Residence en el Centro de Ginebra para Políticas de Seguridad (Geneve Centre for Security Policy-GCSP).