La tumba, novela publicada en 1964 —aunque su escritura correspondería al periodo enero/abril de 1961, como se apunta en su última página— fue el libro con el que un veinteañero José Agustín (1944-2024) se presentó ante los lectores mexicanos. Esta obra llega a seis décadas de existencia. Leerla o, en su caso, releerla, provoca un interrogante: ¿hasta dónde ha resistido el paso del tiempo?
La duda es aplicable a cualquier autor o autora que, así haya logrado un nivel de celebridad, corre siempre el riesgo del olvido ante el implacable tránsito de las generaciones humanas. Muchos libros no se salvan de la prueba de ácido que implica toda relectura. Los individuos cambiamos y, en la madurez, no nos explicamos cómo alguna obra nos pudo apasionar en la juventud.
Vale afirmar que, casi sexagenaria, La tumba mantiene la frescura con la que José Agustín (Ramírez Gómez) y otros de sus coetáneos airearon la “seria” literatura mexicana. Las vicisitudes, el vacío o aburrimiento existencial de un tiempo cultísimo y frívolo Gabriel Guía, su narrador-protagonista, se sostienen por la escritura ligera y veloz de un autor original en su desfachatez y sinceridad creativa.
Adolescente burgués, o casi burgués, con coche propio y dinero de sobra para cometer toda clase de excesos, el preparatoriano Gabriel intenta dar un sentido a su vida, en un contexto de privilegio que denota, sin embargo, la existencia de un ambiente social, sexual y político asfixiante, contra el cual lucha el juvenil personaje quizás sin demasiada conciencia.
La escritura de José Agustín derivaría con el tiempo a otros asuntos, a nuevas propuestas. Pero hay que reconocer que, sin grandes aspavientos, La tumba se mantiene como obra legible para el público del pasado y también, eventualmente, para nuevos lectores.
José Agustín, en un tardío acercamiento tras su muerte en enero de este año, provoca su continua lectura pues se trata de un escritor que sigue asombrando con su legado.
