La corrupción de los conquistadores españoles estuvo presente desde el primer día, la expedición de Cortés a México se hizo desafiando órdenes superiores, al establecerse como gobernante, desobedeciendo instrucciones y usurpando poderes, Hernán Cortés demostró valor e inteligencia, se condujo con una enorme falta de escrúpulos, manipulaba a su propia gente y a las clases dirigentes, castigaba con crueldad y trataba de forma indigna a los indígenas.
Esa forma de liderazgo le fue creó enemigos, por lo que a su cese fue acusado de múltiples abusos y quedó sometido a un Juicio de Residencia, procedimiento establecido en las leyes como un medio de control de los funcionarios de la Corona española que tenía por objeto revisar la conducta de los funcionarios coloniales, verificar si las quejas en su contra eran ciertas, la honradez en el desempeño del cargo, y en caso de comprobarse tales faltas se les separaba o se les imponían sanciones.
En el libro La ética y la actuación política del príncipe cristiano en el pensamiento de Juan Palafox (1600-1659), Bernardo Polo Madero explica que en 1639 la situación de la Nueva España requería una atención especial ya que el virrey, en esos momentos el marqués de Cadereita, había desterrado a todos los oidores (especie de jueces de la Corona) y habían llegado a la Corte denuncias sobre la relajación en el gobierno, inadecuada aplicación de la justicia y el lamentable estado que se encontraba la hacienda.
Por esa razón se hizo necesario hacer una visita general a los tribunales y realizar juicios de residencia a los dos virreyes anteriores. La visita comprendía una inspección pública o secreta del desempeño de ciertas autoridades para detectar el grado de cumplimiento de sus funciones, y en caso de ser deficientes se les podía reprender o suspender, además como la sede episcopal de Puebla se encontraba vacante, el rey Felipe IV propuso al obispo Juan de Palafox para ocuparla y lo designó visitador general.
Palafox desembarcó en Veracruz en junio de 1640, junto con Diego López Pacheco, el nuevo virrey. Bernardo Polo señala que al revisar la situación de la Audiencia el obispo Palafox observó el descuido que había en la aplicación de la justicia, denunció que las sentencias no se publicaban enseguida para dar tiempo de “cabildear” buscando modificar el fallo, acusó que los oidores repartían los asuntos a su gusto, que le dedicaban muy poco tiempo a despachar los juicios y que existía mucho retraso en la solución de los casos. En la inspección que hizo al Consulado de mercaderes, Casa de Moneda, Tribunal de Cuentas y a las Contadurías de tributos y azogues (comercios en las plazas públicas) detectó fraudes.
Como visitador, Palafox constató diversas irregularidades, entre otras, en el nombramiento que hacían los virreyes de alcaldes mayores, ya que muchos eran sus parientes o criados y otros eran delegados o agentes de comerciantes de México que se apoyaban en dichos funcionarios para colocar sus productos en esas demarcaciones, obligando abusivamente a los indios a comprar esos artículos, además, no pagaban la alcabala de esos productos. De tales anomalías Palafox daba cuenta a la Corona y proponía soluciones concretas.
En enero de 1641 el duque de Braganza se hizo coronar rey de Portugal separando ese reino de la Monarquía española y toda vez que el virrey era su primo, Felipe IV ordenó su destitución y nombró provisionalmente en ese cargo a Palafox (por cierto, en esas mismas fechas se da cuenta que en Cataluña había estallado una sublevación).
El obispo Palafox luchó por que se hicieran reformas en beneficio de los criollos y de los indígenas, pero los intereses que afectaba con esas propuestas le provocaron enemigos en la Corte, de ahí que después de enfrentamientos con el nuevo virrey, choques con los jesuitas y pugnas con el Consejo de Indias, fue regresado a España en 1649, al llegar tuvo que defenderse de los ataques que recibió por su actuación en la Nueva España y fue sometido a un Juicio de Residencia del cual salió absuelto al considerarse que su actuación había sido buena, limpia y recta, por lo que se sugirió al rey que lo premiara por los servicios prestados.
Como se puede colegir, la corrupción en la Nueva España hace cuatrocientos años era algo común, desde el virrey hasta los funcionarios menores buscaban –y encontraban- la forma de obtener ganancias económicas, ya sea subastando los cargos públicos, explotando a los pobres, protegiendo a los ricos, vendiendo la justicia al mejor postor y muchas tropelías más que se cometían en el ejercicio del poder.
A pesar de los juicios de residencia, pocas cosas han cambiado en México en estos cuatro siglos.
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