El espectáculo de esta semana —de alguna manera hay que nombrar lo que vimos en el Senado de la República— por la comparecencia de la secretaria de Seguridad Ciudadana de alguna manera cierra un ciclo en la política mexicana en el que las fuerzas militares nacionales se han reacomodado en su relación con el poder civil y en su lugar en el escenario mexicano.
Hoy, nadie lo duda, el Ejército manda. Y en esas andaremos los próximos años, muchos años, pienso yo.
El reacomodo comenzó muchos años antes que los quince años que han pasado desde aquel diciembre, cuando Calderón los sacó a la calle, varios más. Después del 68 y la guerra sucia necesitaban ocupar otro lugar y llevan décadas trabajándolo… Hoy lo tienen.
Veamos lo de la semana: el secretario de la Defensa se niega a comparecer frente a Diputados y, evidentemente, frente a senadores. Entonces, porque es el Senado, la compareciente será Rosa Icela, la secretaria.
Pero no va sola, a su lado en la alta tribuna del Senado se sienta el secretario de la Defensa, sí, el que no quiere comparecer ni rendir cuentas frente a otro poder. Pero va y se sienta a lado de Rosa Icela como diciendo: aquí estoy para cuidarte, para protegerte, o si estos se pasan; hay además una parte machina en todo esto…
Entonces Rosa Icela comparece y pasa buena parte de su discurso hablando bien, elogiando, reivindicando y defendiendo al señor que está sentadito a unos metros de ella. Sí, el del uniforme, el que no habla porque no se rebaja a hablar con nadie.
—Ándale, Rosa Icela, defiéndeme frente a estos tarados que no entienden nada, ándale.
Y Rosa Icela cumple, nomás faltaba.
—Ahora tú, Ricardo, ándale, di cosas bonitas de mí, acá ando a unos metros, te escucho.
Y Monreal cumple, por supuesto, hasta apasionado.
El general sonríe.
La oposición —es un decir— aprovecha el día para salir en la tele y ganar aplausos en Twitter por sus discursos y capacidad oratoria —a eso hemos reducido la política opositora en estos tiempos: a concursos de declamación, como en la secundaria.
Los discursos, sea el de Rosa Icela o Monreal o el de los más apasionados opositores, no hablan de seguridad sino del señor que está sentado ahí mismo y que no quiere hablar, quiere solo sentarse ahí y reírse un poquito de todos.
Como espectáculo es brutal por lo que dice sin palabras: esa enorme demostración de quién manda mientras toma un poco de agua. Y cómo todos a él se dirigen porque lo saben.
Qué pinche miedo.
Carlos Puig@puigcarlos