No hay un evento de violencia que haya marcado al país en la última década, tal vez más, como el asesinato y desaparición de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa una noche de septiembre de 2014.
No solo eso. Aquella tragedia y todas las múltiples investigaciones posteriores —las legales, las periodísticas, el GIEI, la Covaj, etcétera— han dejado bien clara la arquitectura criminal que terminó en aquella noche terrible. La presidencia municipal y sus complicidades; las policías locales y sus arreglos con los grupos criminales, sabemos mucho de la operación de esos grupos por las investigaciones; la droga, la toma de carreteras y territorios; el —en el mejor de los casos— ineficaz e inútil actuar del Ejército. Las fiscalías y sus intereses, corruptelas o inutilidad. Desde antes se sabía de las “policías comunitarias”, algunas convertidas en ejércitos al servicio de grupos criminales… en fin, sabemos mucho de aquel estado por aquella noche.
Uno pensaría que ha sido tal el impacto de aquel evento en la vida pública que el Estado mexicano, que sus gobernantes tomarían toda esa información y se concentrarían en Guerrero, sabiendo que las condiciones de ese estado son similares a las de las otras zonas del país. Es decir, algo como: al menos aquí no volverá a suceder.
Hoy Guerrero está… pues como estaba. No hemos vuelto a tener un evento de aquella magnitud, pero la violencia, la criminalidad, la ausencia de Estado señala que nada ha cambiado o ha sido para peor.
Ni al gobierno federal anterior, ni al actual, ni a los gobiernos estatales posteriores a aquella noche, ni a las instituciones de seguridad con el nombre que sea, ni a las fiscalías les pareció que Guerrero debería ser una prioridad dadas las condiciones que habían terminado en aquella noche. Se suman asesinatos, secuestros, desapariciones, extorsiones, desplazamientos de comunidades y nada.
Ayer se anunció un cambio en la Secretaría de Seguridad estatal y pronto habrá cambio en la fiscalía.
Como si eso sirviera, a menos que estuvieran confesando corrupción o complicidad de los que se fueron. Pero no, es teatro, estrategia para aparentar que algo se está haciendo.
Que nadie se asuste porque menores de edad son armados y entrenados para enfrentar criminales. No hay de otra. El Estado no existe ahí.