En su bronca contra los estadunidenses de las últimas semanas, el presidente López Obrador ha escogido, entre otras cosas, principalmente un argumento: el problema de las drogas y todo lo que eso significa tiene como razón de ser el consumo. Lo ha dicho, por supuesto de Estados Unidos y ha argumentado que el problema de violencia en México sucede en regiones o en ciudades donde hay alto consumo. Esto último, como lo han señalado varios expertos del tema, es muy debatible; pero no es el tema de este texto.
Esta nueva retórica del Presidente nos ha revelado algo que para algunos era muy obvio desde hace cuatro años aunque otros se emocionaron con otras posibilidades: que el Presidente es profundamente conservador respecto al consumo de sustancias y en esas se incluyen el alcohol y el tabaco; pero por supuesto en primer lugar lo que hoy se consideran las drogas ilícitas. Cosas de campaña electoral, muchos creyeron que iba en serio eso de legalizar el consumo de la mariguana y por ahí se perdió el tiempo en algunas comisiones legislativas. Pues no, ni iba ni va a pasar.
El tuit condenando a la NBA porque no sancionará a jugadores que consuman mariguana –sustancia que es lícita en muchos estados del país vecino— no fue una distracción.
Y esta vocación por el prohibicionismo, de un gobierno que quiere hacernos creer que es verdad aquello de “prohibido prohibir”, se refleja en los números. Por ejemplo, en los de las sobrepobladas prisiones donde posesión o narcomenudeo son, por mucho, los delitos por los que más personas están tras las rejas.
Ya ha anunciado el Presidente que buena parte de la comunicación gubernamental estará dedicada a convencer a niños y jóvenes de la maldad de las sustancias ilegales. Suerte. Hay suficientes estudios que señalan lo muy poco que funcionan, aún con el pueblo bueno.
Medio siglo después de la fracasada guerra contra las drogas de Nixon, cuarenta después de “just say no” de Ronald Reagan, ahora tenemos “si te drogas, te dañas”.
En esas seguimos, con el Ejército persiguiendo a consumidores y vendedores, lo que no ha servido más que para producir muertos y creyendo que unos anuncios en tele o en las escuelas podrán revertir nuestra tragedia de violencia.
De nada han servido en Estados Unidos.
Otras políticas públicas han tenido resultados en otros países.