Después del sida nada fue igual. Ni siquiera los desinformados de un virus de inmunodeficiencia humano —VIH—, que ataca al cuerpo y acaba sus defensas. Un virus que se contagia por relaciones sexuales humanas pero nace con la leyenda que viene de la trasmisión de los monos al hombre. Nadie en su sano juicio puede decir que es el castigo de Dios a los homosexuales —pero lo dicen—, los primeros en contraer el virus y sus consecuencias.
La comunidad gay confrontaba, de sopetón, con uno de los más graves problemas de salud. Cuando luchaban por sus derechos, zas, llega la realidad de un virus que no entiende de razones. Cuando empezaba a fructificar un movimiento gay que reivindicaba causas legítimas para su grey, ay, aparece el pretexto ideal de iglesias para hablar de pecados, culpas y castigos. Era cómoda la crítica prejuiciada ante el conocimiento científico. Cuando desde el inicio se dijo que el virus ataca a todos por igual, sin perdonar razas y clases, las religiones se concentraron en atacar a los de siempre, los hijos de Sodoma.
Bastaría con revisar las declaraciones de época. Los 80 marca el principio en el cambio de actitud hacia los homosexuales, tristemente no por sus luchas públicas, visibles desde los 70, sino por la compasión que provocaron en las esferas civiles. Si alguien atendiera el parámetro con el que se ocupaban de los gays en ese tiempo, si juntáramos la siguiente década, los 90, observaremos que los gobiernos más éticos empezaron a atender los derechos de los gays y lesbianas, primero, hasta continuar con la defensa de bisexuales, travestis, transexuales y lo que se acumule en la diversidad sexual.
Nada fue gratuito. Los países sabían lo que les esperaba. Millones de dólares para investigar el caso del nuevo virus. Menudo problema la inversión para el sector salud e investigaciones en la industria farmacéutica. De entonces a la fecha hay 37 millones de personas infectadas y 30 millones con un nombre en su tumba, según datos de la Organización Mundial de la Salud, de 2014. África, la más desangrada.
Decirlo es hasta lugar común y hoy nadie se afecta en sus emociones. Tú, pobre mortal, leías las noticias y apenas dabas crédito del descrédito de tu comunidad, avasallada por los tabúes que han creado en torno a una minoría que nadie quiso entender hasta que llegó la amenaza para todos, cojan lo que cojan.
Gracias al sida.
Twitter: @Braulio_Peralta