La situación económica de México no termina por tocar fondo. La necedad de construir una refinería por simple ideología política, en lo que parece ser el fin de la era del petróleo,está pasando factura.
Recién en los últimos días dos empresas calificadoras de prestigio redujeron la calificación de Pemex a bonos basura apenas tres días después de que disminuyeran la calificación del país.
Esto significa que cada vez hay menos apetito por invertir en Pemex y el “raro”que esté dispuesto a hacerlo, lo hará atasas de interés sumamente altas.
Coinciden las calificadoras en que la tomade decisiones respecto a Pemex y el sector energético en general, son equivocadas. En resumidas cuentas, extraer petróleo que no se vende para producir gasolinas que no se consumen, en una empresa que ya de por sí debe más 100 mil millones de dólares, no es rentable. Sumada la crisis humanitaria por la pandemia covid-19, el gobierno federal no ha terminado de entender que vivimos momentos insólitos que ameritan soluciones extraordinarias.
Para el tema que nos atañe, la promulgación de la reforma energética de hace unos años fue un buen comienzo para cambiar de rumbo. Empero, la reforma es solo una herramienta, no un fin.
Para poner en contexto, pudiéramos estar de acuerdo como sociedad en que la vía democrática, institucional y pacífica para llegar al poder de manera legítima,sea a través de los partidos políticos. No obstante, esto no significa que una vez en el poder, estemos de acuerdo con la manera de gobernar del partido político en turno (llámese como se llame).
Lo mismo sucede con el sector energético. La reforma energética no es más que un conjunto de leyes que funcionan como herramienta para desarrollar al sector; sin embargo lo que genera economía, desarrollo, bienestar y la respuesta de los capitales, es la toma de decisiones que viene después, encabezada por el Presidentede la República a través de su gabinete económico.
Yo no culpo al gobierno actual de la estrepitosa caída en los precios del petróleo… De lo que si lo culpo es de querer aumentar la producción sin analizar el mercado, de inyectarle recursos indefinidos de los contribuyentes a Pemex, de mentir, de hacer una refinería sin sustento alguno, de minimizar a las energías renovables, de abandonar a la iniciativa privada y en general de entorpecer una transición energética apremiante.
Resulta difícil de digerir, porque la apertura del sector energético ofrece un abanico de posibilidades al gobierno federal para intentar generar un equilibrio energético innovador, en donde el gobierno mantiene flujo en rubros que son indispensables para el bienestar de la sociedad mexicana: salud, educación y la seguridad pública.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que Pemex no debe ser la fortaleza fiscal del país? El petróleo dejará de ser fuente de riqueza absoluta. El modelo económico debe cambiar de dirección; se deben ponderar nuevamente las variables, trabajando juntos sociedad y gobierno.
La pandemia ha evidenciado a la humanidad como un ser sumamente vulnerable, aprendamos de ello. México es un país con una riqueza natural envidiable para generar energía eléctrica renovable con la participación del pequeño consumidor y hacer de la energía un derecho humano inalienable.
La posición geográfica nos beneficia para ser una potencia en logística de mercancías, además de un gran productor de alimentos. México puede ser pionero en esta nueva etapa global o ahogarse en su propio petróleo… ese petróleo en donde irónicamente el productor paga al comercializador para llevárselo, increíble pero cierto.