“Cambió el país y ustedes todavía no han cambiado”. Cada día escucho con más frecuencia esta frase con retrogusto a sentencia. Siempre dicha desde los entusiastas del gobierno contra los que no lo son. Utilizada con la misma intención que un padre usa en una cantaleta de regaño para sus hijos y, digo “cantaleta”, porque hasta una especie de cadencia musical tiene en su sintaxis. Una de esas frases que no espera respuesta porque funciona como fin de partida. Un reclamo, una burla, una mofa y un desplante de superioridad. Suena bien, que ni qué, la pregunta es ¿será verdad?
El triunfo del 2 de junio fue enorme y quien aún no lo quiera ver no tiene más destino que tropezar. Cierto también es que el ganar no necesariamente significa tener la razón. Tan verdadero es lo que acabo de escribir que en eso precisamente creyó el presidente López Obrador durante varias décadas de su vida. Compitió, perdió dos veces y, frente al fracaso, decidió que el ganador no tenía la razón, por eso siguió. El pueblo votó por su adversario y, sin embargo, él no se rindió y lo volvió a intentar. No una, dos veces. De ahí que, en justicia, en igualdad y en democracia, deberíamos acordar que hoy los perdedores tienen el derecho de pensar igual que López Obrador, es decir, pensar que el proyecto de los que ganaron está mal.
“Cambio”, por su parte, es una palabra vaga y subjetiva. Cambian los dientes, cambian las estaciones, cambian los gustos. Cambian cosas grandes y también cosas chicas. ¿Cambió el país? Es indudable y, aquí vuelvo a insistir, que para un importante grupo de personas los apoyos significaron la posibilidad de enfrentar mejor la vida. Ese logro es grande. Pero, ¿cambió el país? Es cierto también que el problema de servicios de salud, el de educación y el de seguridad sigue igual o peor. Entonces, ¿cambió o no cambió el país? Depende, pero en beneficio del argumento y del entendimiento, supongamos que sí cambió. Pero ¿por qué pensar que ese cambio alcanza para el anhelo de todo un país? El resultado de la elección no es suficiente para creer que sí lo es. Tan no lo es, que se habla de una larga lista de cosas por hacer. De un “Plan C“ que significa, entre otras cosas, amplias y variadas modificaciones a la Constitución, de un nuevo sistema judicial, de una militarización más profunda. De un segundo piso. Lo cual quiere decir que, además de los cimientos, aún tenemos un país chaparrito. Está en proceso. Para cambiar nuestro horizonte, le faltan pisos.
Y, sin embargo, ahí no acaban las interrogantes que genera la pregunta. En el fondo, existen algunos cuestionamientos que resultan inquietantes. En la mente del que pregunta, ¿hacia dónde debería de cambiar el terco que no cambia? ¿Debería alinearse? ¿Someterse o tan solo congeniar?
Entiendo que el triunfo da seguridad, la sensación de que todo estuvo bien hecho. Bien merecidas, pero no necesariamente compartidas. El que cree que tiene una mejor idea para el desarrollo del país, seguirá creyendo en ella hasta que se le demuestre lo contrario. Le queda, eso sí, ser más claro y persuasivo. Explicarnos cómo y por qué ese país que ve es mejor y más grande. Mientras tanto, que no cambien, la opinión y la crítica cuando se está construyendo un país, siempre es necesaria y nunca hace daño.