Le prohíbo que no vea “El padre”, la obra del año, en el Teatro Fernando Soler. Así, para acabar pronto.
Tuve el gran honor de ir a la función de prensa el martes pasado y sigo sin poder procesar tantísimas emociones.
El público rió, lloró, reflexionó y, lo que nunca me imaginé tratándose de un contenido de este tipo: gritó.
¿Sabe usted lo que es estar en ese teatro monumental, completamente lleno, y que de repente la gente comience a gritar?
Pero vámonos por partes para que entienda lo que está pasando aquí.
¿Qué es “El padre”? Dicho por los mejores especialistas del mundo: una de las obras de teatro más importantes que se han escrito en lo que va de este siglo.
¡Hasta hubo una película con Anthony Hopkins muy famosa! Es un acontecimiento que por fin este texto haya llegado a nuestro país.
¿Quiénes son los protagonistas? Luis de Tavira, Fernanda Castillo, Alfredo Gatica, Emma Dib, Ana Sofía Gatica y Pedro de Tavira.
En el muy remoto caso de que usted no lo sepa, Luis de Tavira es una pieza fundamental en la historia del teatro mexicano, una institución, El Padre.
Ver a El Padre haciendo “El Padre” manda cualquier cantidad de mensajes. Es algo que hace mil veces más especial la puesta en escena de nuestro país frente a lo que ya se había hecho en otras partes del mundo.
Además, el maestro De Tavira está haciendo un trabajo exquisito, sublime. Ahí es donde un entiende su grandeza.
Fernanda Castillo, que es una de las mejores actrices de México, se supera una vez más dándole vida a algo que no es un personaje, son varios.
Es una locura interpretativa que es la que consigue lo más maravilloso de este montaje: que el público conecte, que la gente sienta, que las audiencias vivan a través de ella.
Ver a Alfredo en teatro siempre es un agasajo. Emma es espléndida. Ana Sofía, qué agradable sorpresa. Pero aquí el tema es Pedro.
Como usted sabe, Pedro es hijo de Luis de Tavira y si siempre se remueven cosas viendo actuar a padres e hijos en una misma obra no me quiero ni imaginar lo que pasa por el corazón de ambos actuando juntos en algo tan tremendo.
No le voy a contar detalles para no arruinarle la experiencia. Esto es sobre padres e hijos, sobre la juventud y vejez, y sobre la realidad y nuestra percepción de la realidad, que no es lo mismo.
Si no ha visto la película, no la vea. Llegue en blanco. Será lo mejor.
Y es que aquí hay algo que hace la diferencia: la dramaturgia de Florian Zeller.
Este hombre, que estuvo en la función de prensa, es un genio porque bordó aquello de una manera tan creativa que le dio la vuelta al sentimentalismo hasta llevarnos a entender cosas que, de no haberlas planteado así, jamás hubiéramos entendido.
“El Padre” es una obra tan buena, tan importante y tan demandante que, como pocas veces en la historia reciente de nuestro teatro, es producida por tres de los grandes titanes que tenemos en México: Alejandro Gou (“Vaselina”), Guillermo Wiechers (“Si te mueres… ¡Te mato!”) y Oscar Uriel (“La Gaviota”).
Nada qué ver entre el estilo de ninguno de estos empresarios. ¡Pero qué cree! Precisamente por eso el resultado es una experiencia teatral así de grandiosa.
Póngase a pensar en lo que la fusión de estos tres nombres representa, en lo que le están diciendo a la comunidad teatral, al público. Hoy, como nunca, los amo y los respeto.
Gracias a ellos “El padre” está llena de inmensas aportaciones. Cuando vaya, fíjese en la escenografía de Jorge Ballina, en el vestuario de Natalia Seligson, en la iluminación de Ingrid Sac y en la música de Hans Warner.
Como pocas veces le puedo decir, por ejemplo, que el color de los pantalones de los personajes, iluminado de esa manera, junto a esos espacios y acompañado de esa música dice cosas tan fuertes como lo que Fernanda Castillo dice en la escena de “las mariposas”.
¡Y cómo no si la directora es mujer y es Angélica Rogel (“Jauría”)!
¿En qué me baso para decir que “El padre” es la obra del año teniendo una oferta teatral tan rica como la que existe en la Ciudad de México?
En que “El padre” nos une. “El padre” es capaz de reunir, en un mismo teatro, al público de las obras más comerciales, más aparatosas y de mayor derroche con las audiencias de las obras más de búsqueda, más intelectuales, más íntimas.
Y todos salimos satisfechos, conmovidos, renovados.
Decir esto, hoy, es poco menos que un milagro. ¿Ahora entiende mi entusiasmo?
No le voy a decir que luche por ir a vivir esto al Teatro Fernando Soler. Le prohíbo que no la vea. “El padre” es la obra del año. Así, para acabar pronto. ¡Felicidades!