Terminé de ver la temporada final de “El gallo de oro” de VIX. No me perdí ni una sola escena y ahora sí lo puedo decir con todas sus letras: es maravillosa.
Se necesita odiar verdaderamente a México para no verla, para no elogiarla.
Mi mejor recomendación es que, quienes la miren, sean las audiencias de las legendarias telenovelas mexicanas de la época de oro de Televisa.
Y, al igual que lo que sucedía con aquellas producciones, le suplico que no cometa el error de “maratonearla”.
¡No! Esto, como el tequila, hay que tomarlo a sorbos, un capítulo al día, para que dé tiempo de saborearla, de entenderla y comentarla con la pareja, los amigos y los seguidores en las redes sociales.
Las audiencias de las legendarias telenovelas de Televisa son personas que se merecen tanto respeto o más que el público de las series estadounidenses de HBOMax y Netflix, que la gente que ama los K-Dramas y que los fanáticos de los melodramas turcos.
Aquí nadie es mejor ni peor. Pero esas señoras, esos señores, esas chavitas y esos chavitos, que son millones, no se pueden perder esto. Les va a encantar.
No voy a repetir lo que dije en la columna que publiqué cuando se estrenó la temporada uno de este proyecto. Por favor, si le interesa, busque el texto en milenio.com.
Pero hay cosas que sí me interesa poner sobre la mesa porque se me parte el corazón ante el silencio de la prensa especializada y el caos que padecen mis queridos influencers ante la saturación de contenidos con que las plataformas, las televisoras y las redes los bombardean todos los días.
“El gallo de oro” es tan buena o más como lo que don Ernesto Alonso creaba en 1970, como lo que Valentín Pimstein diseñaba en 1980 y como lo que Carla Estrada producía en 1990.
No le voy a vender trama para no arruinarle la experiencia pero si me mí dependiera, yo le daba el Ariel a Lucero. Es la mejor actuación de su carrera.
¡Y mire que Lucero lo ha hecho todo y lo ha hecho bien! Su transformación física y vocal en la recta final de la temporada dos de esta joya supera, por mucho, las caracterizaciones de las estrellas de Hollywood que están ganando el Emmy, los Critics Choice Awards y los Golden Globes en estos días.
José Ron sigue dando cátedra de actuación. No puedo creer la química que tiene con Lucero, lo que se dicen, lo que se hacen.
Pero Plutarco Haza se lleva las palmas. Tengo que verlo para darle un abrazo. No me equivoqué. Lorenzo Benavides es el personaje de su vida.
Hay secuencias, con cada uno de ellos, en esta serie, que jamás olvidaré. Me encantaría que viviéramos en otros tiempos y que todos habláramos de lo mismo, como antes, para poder intercambiar comentarios con usted.
Pero si lo hiciera, invariablemente le estaría vendiendo trama y no sería justo.
Lo que no se vale, por la más elemental dignidad nacional, es que medio México le haga fiestas a la secuencia final de una producción extranjera, que habla de un personaje ajeno a nosotros, como “The Crown”, y que nadie diga nada del cierre de “El gallo de oro”.
Todos los episodios de esta emisión son sensacionales, pero el capítulo diez de la temporada dos es una bomba al alma. Yo no sabía si gritar, llorar o qué.
“El gallo de oro” es una historia multigeneracional como “María Isabel” de Yolanda Vargas Dulché o como “Amor en silencio” de Eric Von.
Como siempre, hay una muy notoria transición entre la primera y la segunda parte, en la que los protagonistas originales se convierten en personas maduras, pero cuando un llega al clímax, ¡Dios de mi vida!, qué amalgama de emociones.
“El gallo de oro” me dejó un sabor de boca tan excelente, que amaría que hubiera un disco que pudiera conservar para siempre como mi disco de “Toda una vida” con Ofelia Medina o como el disco póster de “Alcanzar una estrella” con Mariana Garza y Eduardo Capetillo.
Este espectáculo inspirado en textos de Juan Rulfo, escrito por Daniela Richer, Lina Uribe y Daría Vanegas y dirigido por Chava Cartas dice tantas cosas tan importantes que hasta se mete con temas de diversidad sexual.
Yo ya me declaro miembro honorario de Los Vagos del Bajío, admirador de las actuaciones especiales de Alexis Ayala y René Casados, y de esos tintes colombianos que aparecen a cada rato y que, lejos de restarle mexicanidad a la obra, la enaltecen.
Es como si todos fuéramos juntos en este sueño sin importar si vivimos en Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires o el estado de Nuevo León que, por cierto, tiene un papel fundamental en el desenlace de esta serie.
Patricio Wills, Carlos Bardasano, Carla Gómez, Vincenzo Gratteri y todos los productores que estuvieron detrás de esto, hecho específicamente para el “streaming”, se deben sentir muy satisfechos.
Hace muchísimos años que los mexicanos no nos volteábamos a ver a través de nuestras series y telenovelas, y aquí, en este título, estamos, aquí están nuestros padres, aquí están nuestros abuelos.
Luche con todas sus fuerzas por ver completa “El gallo de oro”, temporada uno y temporada dos. Si lo suyo, como lo mío, va por aquí, le va a encantar. De veras que sí. ¡Felicidades!