Cuando se habla de Jesucristo, su muerte y resurrección, muchos piensan que son solo mitos. Algunos lo ven como un “iluminado” más, y otros prefieren evitar el tema porque “de fútbol y religión no se discute”. También están quienes niegan la historicidad y veracidad de la Biblia y sus revelaciones divinas.
Sin embargo, hay registros históricos no cristianos que confirman su existencia. El historiador judío Flavio Josefo escribió en el “Testimonium Flavianum” (93-94 d.C.): “Por ese tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si es que puede llamarse hombre. Realizó hechos sorprendentes... Fue el Cristo. Pilato lo condenó a la crucifixión... Al tercer día apareció restaurado a la vida... Y la tribu de los cristianos no ha desaparecido hasta hoy”.
El historiador romano Tácito (56-120 d.C.), en sus “Anales” (libro 15, cap. 44), relata cómo Nerón culpó a los cristianos del incendio de Roma: “Cristo, de quien toma nombre esta secta, fue ejecutado bajo Poncio Pilato durante el reinado de Tiberio”. Por su parte, Plinio el Joven (61-113 d.C.), gobernador romano, escribió al emperador Trajano “Epístolas” 10.96: “Se reúnen en un día señalado antes del alba, cantan himnos a Cristo como a un dios y se comprometen a no cometer fraudes, robos ni adulterios”.
Eruditos, incluso ateos, coinciden en que Jesús existió, basándose en unas 30 referencias independientes de al menos 25 autores. La evidencia histórica confirma su existencia, su crucifixión y el rápido crecimiento del cristianismo.
No es casualidad entonces que la historia de la humanidad se divida en dos: antes y después de Cristo. Su muerte y resurrección también dividen inevitablemente a la humanidad también en dos grupos: Los que creen en Él, y los que le rechazan.
No es ficción. El Creador del cielo y la tierra te ama tanto que envió a su único Hijo, Jesucristo, para que, si crees en Él, no te pierdas, más tengas vida eterna (Juan 3:16).
Para Dios nada es imposible (Lucas 1:37). A través de Jesús quiere perdonarte, hacer de ti una nueva criatura y estar contigo por siempre. No hay abismo del que no pueda rescatarte. No hay distancia que pueda separarte de Él. No hay pecado que no pueda ser borrado por la sangre de Jesús derramada en la cruz a tu favor.
Acepta su perdón, y pídele que venga a morar a tu corazón.