Jugaban a ser camaleones. Los hermanos González Vieyra supieron mimetizarse con los colores del poder. Pasaron del PRI al PAN por la puerta trasera de un partido satélite y de ahí se acomodaron con gracia al ascenso de la tercera fuerza política nacional. Siempre bien colocados y cerca del presupuesto.
Durante años, fueron los favoritos del sistema, no por méritos propios, sino por lealtades convenientes. No por resultados, sino por saber moverse en la penumbra del “sí, señor”. Se vendieron como operadores, como aliados, como estructura.
Pero al amparo del “no pasa nada”, construyeron su pequeño imperio bajo prácticas de nepotismo descarado, contratos amañados, abusos de poder y una red de complicidades tejida con precisión quirúrgica. Nadie los tocaba, ni los auditaba. Menos los cuestionaban.
Hasta que el castillo de impunidad se les vino abajo.
Y no son los únicos. En las últimas semanas, los escándalos de alcaldes poblanos (todos hombres, por cierto) se acumulan como fichas de dominó. Uno detenido ebrio (pecado menor, si no representara a una comunidad). Otro por nepotismo. Otro más, por vínculos oscuros. Y en Calpan, el colmo: su propio Cabildo en abierta rebelión. La política local huele a descomposición.
Hace un año estaban en campaña, salían en las fotos, daban discursos, prometían. Hoy están tras las rejas. Ya no sonríen, ya no tuitean y menos responden el teléfono.
No es solo la historia de una familia política que se creyó invencible. Es el retrato de una clase política que se acostumbró a que hacer las cosas mal no tiene castigo, a que ser aliado del poder te hace intocable hasta que deja de serlo.
El caso de los González Vieyra no es una excepción sino un síntoma; una advertencia. Y ojalá, el principio del fin de esa vieja política que cree que el servicio público es un botín.
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El agua es el pretexto
Lo ocurrido en Xoxtla fue presentado como una protesta ciudadana por el agua, pero en realidad fue una movilización planeada y politizada. Detrás del bloqueo de la autopista y la agresión a la alcaldesa Guadalupe Ortiz, estuvieron actores surgidos desde la SEMARNAT y la CONAGUA, utilizando la estructura federal para impulsar una acción que no buscaba el bienestar de la comunidad, sino incidir en el poder local.