Cada mañana al despertar sentimos un impulso que nos empuja a mirar las redes sociales en busca de mensajes de familiares, amigos o colegas para saber cómo están, responder buenos deseos de salud y leer noticias.
En estos tiempos de aislamiento por la pandemia es maravilloso comunicarse a través de la conexión a internet del teléfono móvil para enviar mensajes gratis o conectarse por video.
Sin embargo, hay redes sociales como Twitter que han sido invadidas y manipuladas por políticos de todas las tendencias para proyectar su imagen en cuentas oficiales y atacar a sus rivales en cuentas anónimas por medio de troles.
En una medida sin precedente, la cuenta de Donald Trump fue suspendida definitivamente por la empresa argumentando incitación a la violencia, después de que alentó a sus seguidores a tomar el Capitolio.
Algunos criticaron la medida como atentado a la libertad de expresión. En mi opinión nadie tiene derecho a mentir ni a incitar el odio.
Según Wikipedia, el llamado trol (del noruego troll, duendes deformes) describe a una persona con identidad desconocida que publica mensajes provocadores o irrelevantes en una comunidad en línea con la principal intención de molestar o provocar una respuesta emocional negativa en los usuarios y lectores, con fines políticos o de diversión para que los mismos usuarios se enfrenten entre sí.
El trol puede difundir impunemente groserías, ofensas, mentiras difíciles de detectar, con la intención de confundir y ocasionar sentimientos encontrados en los demás.
En estos casos lo más conveniente es ignorarlos o bloquearlos, pero nunca responder porque lo único que se logra es multiplicar uno mismo la difusión de mentiras.
Por otro lado, si alguien se decide reportar a la empresa la difusión de insultos, Twitter enviará primero una respuesta de machote: “Agradecemos que nos hayas informado sobre esta situación”.
Luego la empresa del pájaro azul enviará otro texto automático:
“Te escribimos para comunicarte que, tras revisar la información disponible, no consideramos que el contenido que denunciaste incumple nuestras reglas.
“Agradecemos que nos hayas contado lo que sucedió y te pedimos que te comuniques nuevamente en el futuro si ves posibles incumplimientos”.
Resulta que difamar no está en las reglas de Twitter y por lo tanto protegen al difamador anónimo y dejan indefenso al difamado (identificado con nombre y apellido), sin protección alguna.
Por eso es que la empresa Twitter, en buena medida, se ha convertido en una red de impunidad para los cobardes y lucra con la tolerada práctica del ataque anónimo.
Como Poncio Pilatos, Twitter se lava las manos luego de contar ingresos por más de 3.46 mil millones de dólares (2019) mientras pululan millones de usuarios con nombres falsos.
El terapeuta en salud mental, Scott Carter, acusa a las redes sociales de ser un desierto sociopático, enfermizo, como meterse a una alberca de inmundicia.
La felicidad, agrega, está adentro de uno mismo, no en las redes, tesoro de la vida que nos roban las plataformas digitales sociópatas.
gutierrez.canet@milenio.com
@AGutierrezCanet