A Carolina Díaz Garduño, solidariamente
Hace unos días falleció, a la edad de 85 años, uno de los más distinguidos embajadores que ha tenido México: Sergio González Gálvez.
Fue un diplomático de carrera que dedicó toda su vida profesional al servicio del Estado mexicano, más allá de filiaciones partidistas.
Con base en su capacidad y mérito, desarrolló una larga trayectoria de 57 años: en 1960 ingresó al Servicio Exterior Mexicano con el rango más bajo, como vicecónsul, hasta alcanzar el más alto nivel, el de embajador emérito (cuando estaba ya en retiro).
González Gálvez provino de una familia de clase media del Estado de México que, con esfuerzo e inteligencia, logró ser reconocido por dinastías diplomáticas que entonces se sentían dueñas de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
González Gálvez era un patriota preocupado por preservar la integridad territorial como principio de derecho internacional, ante la pérdida del territorio que México ha padecido a lo largo de la historia.
Conocí al embajador cuando, al iniciar mi carrera en 1979, me asignó un ensayo sobre si México debía reclamar el territorio de Belice.
Años después, me pidió un trabajo sobre los riesgos a la soberanía debido a la adquisición irregular de propiedades en las costas y fronteras por extranjeros, prohibido por la Constitución. Recordé al aventurero William Walker que en 1853 se autoproclamó “presidente de Baja California”. El presidente Salinas después autorizó fideicomisos para regularizar de jure lo que de facto ocurría con la compra de terrenos por estadunidenses en la península.
González Gálvez, doctorado en derecho por la Universidad de Georgetown, fue subsecretario de Relaciones Exteriores en dos ocasiones. Destacó tanto en el campo multilateral como en el bilateral.
Formó parte del equipo de Alfonso García Robles que negoció el Tratado de Tlatelolco para el desarme nuclear de América Latina.
Como Consultor Jurídico, en 1979 contribuyó a frenar los intentos de Estados Unidos de reclamar daños por el derrame de petróleo causado por la explosión del pozo Ixtoc, en la Sonda de Campeche.
Representó a México en la Sexta Comisión de las Naciones Unidas. Mereció el elogio del embajador estadunidense ante la ONU, Daniel Patrick Moynihan, quien en sus memorias destacó a González Gálvez como un “diplomático astuto”.
En un caso sin precedente, fue dos veces embajador en Japón por un periodo total de siete años y medio, con merecido reconocimiento.
En el ensayo Hacia un nuevo concepto de seguridad hemisférica, el embajador emérito escribió que ante la globalización se debe replantear la estrategia, pero rechazó “el argumento simplista de que la globalización ha cancelado la vigencia del principio de no intervención”.
González Gálvez, maestro de generaciones, deja un claro legado a la diplomacia mexicana, extraviada a veces por el pragmatismo: defender con firmeza los intereses de México basándose en el derecho internacional.
La Secretaría de Relaciones Exteriores le debe un gran homenaje de reconocimiento, una vez que amaine la crisis de la pandemia.
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@AGutierrezCanet