Estados Unidos tiene una inclinación a la arrogancia, resultado de salir victorioso en casi todas las guerras que ha entablado desde la independencia hasta Irak, pasando por México.
Se siente amenazado cuando otras naciones emergentes expanden su influencia a costa del liderazgo mundial estadunidense.
Necesita un enemigo para sacar toda su energía, un acicate que le permita mantener la supremacía militar, económica y tecnológica e infundir sentimientos patrióticos en su población.
En la segunda mitad del siglo XX, el principal enemigo era la extinta Unión Soviética (comunista), y ahora, a principios del siglo XXI, es China (comunista con matices capitalistas).
Estados Unidos mantiene su poderío basado en los valores del capitalismo, el individualismo, la libertad, la competencia, el trabajo y el progreso.
La República Popular China disputa el modelo estadunidense al celebrar 70 años de su fundación convirtiéndose en la segunda economía más grande del mundo, y en unos años, mayor que la de Estados Unidos.
El Banco Mundial reconoció el enorme progreso económico y social de China: “El crecimiento del PIB ha promediado casi el 10% al año, la expansión sostenida más rápida de una economía importante en la historia, y más de 850 millones de personas salieron de la pobreza. China alcanzó todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015”.
En Estados Unidos, demócratas y republicanos, coinciden en que China es un rival peligroso para los intereses estadunidenses en el mundo.
Hace unos días asistí a la conferencia del senador Mark Warner en el US Peace Institute, en el que advirtió:
China busca erosionar el poder y la influencia de Estados Unidos a nivel mundial a través de estrategias de influencia económica, militar, tecnológica y política.
Ahora estamos presenciando el lanzamiento de la iniciativa Belt and Road en China, el subcontinente asiático, el norte de Oriente Medio, el noreste de África y el este y centro de Europa. Se moviliza capital chino y mundial para invertir en una amplia gama de proyectos industriales, tecnológicos, de transporte y medioambientales.
Warner dijo que Estados Unidos debería responder no volviendo a un marco simplista de “nueva Guerra fría”, sino reforzando la seguridad en el país y trabajando con aliados para fortalecer el orden internacional existente y hacer que Estados Unidos sea más competitivo.
Ante este nuevo escenario de confrontación entre China y Estados Unidos, México debe analizar y decidir qué es lo que más conviene al país: optar por uno o por el otro país.
Aprovechar la oportunidad histórica que ofrece China a nuestro país para diversificar la economía —vulnerable a las presiones políticas del vecino del norte (como imponer aranceles por asuntos migratorios) —, al expandir las exportaciones a un país de mil 400 millones de personas.
O reconocer que México está condenado a ser vecino dependiente de la gran economía estadunidense. De hecho, México se convirtió en el principal socio comercial de Estados Unidos debido los aranceles aplicados por el presidente Donald Trump a China, nuestro principal competidor.
Olvidarnos de sueños diversificadores y sacar las mayores ventajas económicas en América del Norte es nuestro único camino.
gutierrez.canet@milenio.com
@AGutierrezCanet