“Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor, y tendréis la guerra”, dijo Winston Churchill al referirse al primer ministro británico, Neville Chamberlain, quien después de acordar con Hitler el expansionismo nazi en Checoslovaquia, a cambio de la paz, tuvo la ilusa esperanza de apaciguarlo.
En nuestro país, Benito Juárez es ejemplo de templanza, quien con pocos recursos luchó en la adversidad contra el poderoso ejército de Napoleón III, hasta que las circunstancias cambiaron. Nunca se rindió: “Aquel que no espera vencer, ya está vencido”, dijo.
Hay momentos cruciales en la historia que ponen a prueba el temple de los gobernantes, esa “fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos”.
Ahora, guardadas las proporciones y las circunstancias, el actual gobierno de México experimentó el reto más difícil que ha enfrentado en política exterior: evitar, sin perder el honor, la amenaza de EU de imponer aranceles si no frenaba con militares la migración en nuestras fronteras y si no instrumentaba el programa “Permanecer en México”.
La alternativa para salvar la honra era aplicar de manera estratégica y proporcional aranceles de represalia a productos agrícolas de Iowa, Idaho o Kansas, estados afines a Trump que dependen en su gran mayoría de las exportaciones a México, pero tuvieron miedo las autoridades mexicanas de entrar en una guerra comercial, lo cual ciertamente era un riesgo, pero iba a dañar a los dos países.
El miércoles 5 de junio de 2019, en la Casa Blanca, al terminar la primera ronda de las negociaciones sobre los aranceles, Marcelo Ebrard entró solo, sin testigos mexicanos, a la sala donde se encontraba el presidente Donald Trump. No se supo de esa reunión.
Nada se supo hasta que, casi tres años después, Trump reveló que Ebrard, sin la presencia de testigos mexicanos, aceptó desplegar 25 mil soldados en las fronteras sur y norte e implementar el programa “Permanecer en México”, que el mismo canciller designado aceptó en noviembre de 2018 en Houston
Un ex presidente de Estados Unidos que elogia al presidente de México como “me cae muy bien. Es socialista, pero me gusta” y al mismo tiempo ofende a los mexicanos como criminales, no debería ser correspondido con palabras de respeto. Al contrario, el mandatario debe exigir respeto al pueblo mexicano, no sólo a su persona.
Por su parte, Ebrard no contestó a la ignominiosa declaración que de él hizo Trump: “Nunca he visto a nadie doblarse así”. El canciller se salió por la tangente y se envolvió en la bandera del patriotismo.
El 7 de junio, al concluir las negociaciones en el Departamento de Estado, Ebrard informó del resultado, pero ocultó a la opinión pública mexicana un documento firmado que mantuvo en secreto, hasta que Trump lo exhibió cinco días después de que el canciller negó que existiera, acuerdo por el cual México aceptaría convertirse en “tercer país seguro” si no frenaba la corriente migratoria a satisfacción de Estados Unidos. Y así fue como México se convirtió en la Border Patrol en la frontera con Guatemala.
Ebrard no tiene carácter para negociar, cedió fácilmente a las presiones. Negoció el programa “Permanecer en México”, por el cual nuestro país fue degradado a una sala de espera de los tribunales migratorios de Estados Unidos, supuestamente a cambio de recibir 2 mil millones de dólares en el sur de México. Pero Trump no le dio ni un solo dólar. Otra burla más. Cada uno elige lo que se merece.
Agustín Gutiérrez Canetgutierrez.canet@milenio.com
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