Hace casi 200 años, el 20 de julio de 1822, Agustín de Iturbide fue coronado emperador de México.
En la historia oficial, la confrontación de malos contra buenos es eterna: conquistadores contra mexicas, realistas contra insurgentes, conservadores contra liberales… y así seguimos en pleno siglo XXI, en detrimento de la reconciliación nacional.
Se descalifica a Agustín de Iturbide y se exalta a Vicente Guerrero, cuando ninguno hubiera logrado, por sí mismo, la Independencia de México.
El abrazo de Acatempan, ese gesto de concordia entre bandos opuestos, y el Plan de Iguala, una plataforma común, permitieron a nuestra nación instaurar la soberanía, pero a pesar de cierto progreso, no acabó de consolidarse.
La gesta heroica, la fugaz conciliación patriótica, duró poco: nuestros libertadores, Iturbide y Guerrero, murieron fusilados, entre odios y traiciones y sumió al país en el caos y la pobreza.
“No hay peor enemigo de un mexicano que otro mexicano”, me comentó una vez el embajador José Juan de Olloqui. O como el presidente Álvaro Obregón le dijo a José Vasconcelos: “En este país si Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín”.
Así, en el homicidio fraternal, Agustín de Iturbide permanece en el olvido de su patria, mientras que, en la capital de Estados Unidos se conserva la memoria de su aporte a la consumación de la Independencia de México.
The Catholic University of America resguarda importantes documentos del emperador Agustín I, donados por sus descendientes.
En el acervo de la universidad se encuentra una copia del Plan de Iguala, proclamado por Iturbide el 24 de febrero de 1821, en el cual se declaró a la Nueva España país independiente y soberano.
Los archivos incluyen el diario de Agustín I (fechado entre 1787 y 1793), correspondencia durante el movimiento de independencia (1813 a 1821) y documentos gubernamentales de su época como emperador.
La universidad conserva publicaciones sobre la independencia mexicana, así como álbumes de recortes personales de su nieto, Agustín de Iturbide III, emperador sin corona, que Maximiliano adoptó, a los tres años, sin cumplirse su designio de sucederlo en el trono.
Agustín de Iturbide y Green, concluida la tragedia de su protector, se mudó del castillo de Chapultepec y pasó la mayor parte de su vida en Washington, donde se casó, trabajó en la Embajada de México y dio clases de idiomas en la Universidad de Georgetown, hasta su muerte en 1925, sin tener descendencia.
La correspondencia familiar de Iturbide III abarca desde 1849 hasta 1924. La mayoría de estas cartas corresponden tanto a su tiempo con el emperador Maximiliano como a su vida después del exilio, y de vuelta en México, enfrentó como militar una corte marcial en 1890, por haber criticado a Porfirio Díaz.
Agustín I diseñó en 1821 el carácter tricolor de la enseña nacional por lo que su memoria, a pesar de todo, seguirá viva mientras ondee la actual bandera de México.
Vendrán nuevas generaciones que aprendan a dialogar y conciliar diferencias por el bien superior de la nación, mucho mejor de como lo hicieron en su momento Iturbide y Guerrero.
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@AGutierrezCanet