Por: Kathya Millares
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
La tradición nos enseña: respecto a la muerte puede simularse que se le vence a mordiscos de cráneos, esqueletos o ataúdes de azúcar y chocolate o al partir el pan de azahar con las típicas hileras que imitan delicados huesos. También se puede hacer una tregua con ella para que deje montar en santa paz los altares que dedicamos a los muertos, en un intento por expresar que aún hay quien los recuerda. Están el papel picado, las flores de cempasúchil y las calaveras para agregar color y risas; y el incienso y las veladoras con su toque ceremonial. Consolidar este vínculo festivo con la calaca, según explica Claudio Lomnitz en su magnífica reflexión Idea de la muerte en México, llevó siglos de adaptaciones entre la cultura prehispánica, los designios de la Iglesia católica, el nacimiento del Estado mexicano, el homenaje a los héroes patrios y la exaltación cultural posrevolucionaria. Más allá de los días dedicados a las almas de los niños y los mayores, la muerte nos sorprende con sus murmullos y altera nuestros sentidos. No se conforma con entrar por las orejas, sino también por los ojos. Va regando signos que aprendemos a leer como si se tratara de un abecedario macabro.
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