Por: Sofía Sánchez Velasco
Ilustración: Alejandro Alia, cortesía de Nexos
La menstruación importa porque es una amalgama de lo personal y lo político. La pobreza menstrual, que se define por la falta de acceso a productos para la gestión menstrual la falta de infraestructura de agua, saneamiento e higiene; la falta de dignidad derivada de la estigmatización; y la falta de educación al respecto, es algo que atañe tanto a países desarrollados como en vías de desarrollo y que exacerba las desigualdades como resultado de políticas sociales y fiscales carentes de perspectiva de género e interseccionalidad. Por ejemplo, la pobreza menstrual, misma que desata un espiral de precarización, es un problema generalizado en Kenia: UNICEF encontró que el 7 % de las mujeres y niñas encuestadas dependen de telas viejas, mantas, plumas de aves, barro y periódicos para “gestionar” su menstruación. El 46 % usa toallas higiénicas desechables y el 6 % usa toallas higiénicas reutilizables. Por su parte, en el Reino Unido, una de cada 10 niñas entre los 14 y 21 años no puede acceder a productos de gestión debido a su precio prohibitivo, generando ausentismo escolar recurrente.