Por: Romain Le Cour Grandmaison
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Cuando México se integró a las rutas internacionales de las drogas en los años ochenta y noventa, Michoacán se volvió una de las joyas de la corona. La costa del Pacífico no estaba monitoreada y el puerto de Manzanillo, Colima, estaba a la vuelta. La región de la costa-sierra se convirtió en un territorio crucial para el almacenamiento, producción y transporte de drogas entre el Pacífico y las rutas que llevan al norte. Sin embargo, no se puede entender la expansión de las economías ilegales sin estudiar sus contrapartes legales. A la par de pistas de aterrizaje clandestinas y laboratorios de metanfetamina, la sierra vio crecer el puerto de Lázaro Cárdenas. La inversión pública y privada desarrolló una fachada marítima de alcance mundial, mientras las montañas ofrecieron escondites para hombres y drogas, así como un territorio atractivo para la extracción de mineral y madera.